sábado, 27 de septiembre de 2008

Una linda sorpresa

Una de las cosas agradables en Primavera, es cuando los días se encuentran por acabar, en el ocaso del sol. Un minuto sin calor, pero al mismo tiempo, sin frío. Cuando los colores resaltan más, sin la luminosidad de mediodía, pero aún sin la oscuridad de cuando finalmente llegue la noche. Mejor aún, cuando ese día es sábado, especialmente porque el día siguiente será domingo y no lunes. Sin la ansiedad de un viernes, pero sin lo típico de un domingo. Es una tarde, por tanto, de calma, estado que se nota aún más en Ñuñoa, que debe ser uno de los lugares más agradables para vivir en esta ciudad. Asumiendo que esta última frase parece slogan del actual alcalde (en un mes hay elecciones municipales), un tipo que, por medio de permisos de construcción concedidos a destajo, en unos años termine dejando este oasis a veinte minutos del centro para ser una colonia de edificios tipo Paz Froimovich.
Como las grandes chambonadas, con algunas trágicas excepciones, demoran en hacerse evidentes por lo general, ésta tarde calma aún no tiene el carácter urgente que adquieren las cosas cuando están por acabarse, como lo será la Ñuñoa que hoy conocemos. Existe, por tanto, una calma auténtica, que no tiene prisa, y que permite hablar de cosas agradables, como las películas, pese a que del día ya casi no quede rastro y que el frio comienza a llegar junto a la noche.
Si hay algo difícil de escribir, es de películas (en realidad escribir sobre las cosas que a uno le gustan). Debe ser terrible el trabajo de crítico de cine. Sin bien por definición el oficio de crítico ha de ser odioso, el de cine debe ver aumentado esa condición de manera exponencial. En una página, cada palabra puede ser una daga u objeto de implícita transacción, porque si hay un oficio susceptible de coimas o pequeños agasajos en ésta dirección, como entradas o libros gratis, o simplemente un hoy por ti, mañana por mí. Pero como nada es químicamente puro en esta vida (y en la otra, si existe, es probable que tampoco), mejor hablar de películas.
Por (sin) razones que no vale la pena describir, en éste último tiempo ir al cine ha sido una excepción y no la regla. Pese a todo no han faltado películas, gracias a un equipo reproductor de dvd’s lee hasta lo que uno baja de Internet de vez en cuando. De esta manera, sin butaca ni segurito previo al comienzo de la cinta (que falta de sentido tiene en la era del dvd la palabra cinta), en posición semi horizontal me espera a día una pequeña reserva de películas mantiene el ojo con cierto nivel de estímulo cinéfilo de cuando en cuando.
Hay películas para todo. Para ver una y otra vez (Terminator), como placer culpable (ídem), para encontrar el amor como algo lindo (Antes del Amanecer), para pelar (cualquiera de Hollywood doblada al español de la Madre Patria) para odiar (cualquier gran cinta doblada al mismo idioma), para hacerse pajas mentales (últimamente diría que “El Regreso” es un gran ejercicio en esa dirección) y respecto de las otras, no hace falta decir cuales pueden servir a aquellos fines. Para ver un sábado por la tarde en el cable (ejemplo: las dos últimas versiones de los Dukes de Hazzard, en especial la versión donde Daisy no es Jessica Simpson). Hay películas que para uno pasan a ser clásicas por alguna razón, y otras por alguna sinrazón.
También existen películas simples, que sin ser grandes películas, tienen ese “qué sé yo” porque se ven en el minuto y lugar correctos. Y con ello, simplemente sorprenden (lo que nunca es poco y ciertamente es deseable). Eso pasó con “El Clavel Negro”. Cuenta la historia del embajador sueco en 1973, Harald Edelstam, durante aquellos días, donde el diplomático fue una especie de Raoul Wallenberg en el Chile de los primeros días de Pincohet. Es una historia donde lo que importa no es el escenario de fondo (el Chile post golpe) sino la de un diplomático que hizo de la prudencia típica y esperable de un funcionario de ese tipo, una virtud redentora de una profesión mas bien marcada (o estigmatizada), por la prudencia y su respectiva cara fea: el cinismo. Muestra, también, parte de sus propias contradicciones más íntimas y humanas (la escena en el hospital es decidora), porque los héroes esencialmente sólo pasan a ser considerados como tales cuando dan el paso previo de ser mártires.




La película tiene la virtud de ser una película sobre 1973, y con una historia universal, aún cuando soy de la opinión en que si algo falta aún en Chile, son películas sobre esos años (que no equivale a acumular registros fílmicos). En ese paso de ser una historia "universal", por cierto, se cometen los errores previsibles, pero perdonables. Un ejemplo es la escena en que el embajador acude a La Moneda en ruinas para entrevistarse con un alto oficial del Ejército (todos sabemos que en aquellos La Moneda, tras el bombardeo de los Hawker Hunter, además de las probables ratas que encontraron su hábitat bajo los escombros, sólo debieron vivir fantasmas). Tiene historias que resultan difíciles de creer, como la de un oficial capaz de sacar y salvar de la muerte un pequeño camión con prisioneros uruguayos desde el Estadio Nacional. Aunque en esos días, historias cómo aquellas sonaban más a quimera que a realidad, sucedieron. Como la del mismo Edelstman y el olvido de su figura -para el común de los mortales como uno-, hasta esta cinta.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Matar a Facebook.

Volver a movilizarse en bicicleta no sólo sirve para ahorrar plata, molestias y hacer un poco de ejercicio. También es útil para generar ideas y mandar a descansar los molestos recuerdos (El problema es cuando uno deja de pedalear, pero ese es otro tema) De esta manera, quedaron abajo varias ideas que rondan por la cabeza. Por eso quedaron como materias pendientes el tratado explicativo de por qué soy hincha de la Católica sin redención posible (lo que da para una tesis), los cien usos útiles que puede tener una polera de Colo-Colo, la crisis financiera global o la utilidad que puede tener el dedo chico del pie.
Precisamente a partir de ésta última reflexión, la analogía con Facebook quedó a sólo un paso. Así como hace ya bastante tiempo expliqué cómo diablos mi nombre llegó a ser una cuenta, en esos mismos días comenzó a gestarse su propia eliminación. Si bien la vida en el ciberespacio no es un reality donde a falta de público uno es juez y parte en definir su presencia en aquel mundo, bien es cierto que, al igual que en la vida real, Facebook tiene su ciclo. Más largo que el del agua o el de una hormiga, más breve que el del amor, muchísimo más corto que el del desamor e infinitamente menor al geológico o de un dinosaurio.
Hay un minuto en que ya no te queda gente con la cual ser amigo, y donde agregar gente de la cual uno nunca fue muy amigo no tiene sentido (pese a que el friend finder insista en decirte lo contrario). En paralelo, probablemente mi amistad estilo facebookiana dejó de ser un bien demandable en esta bolsa de vínculos virtuales. Es el minuto en que tu existencia ciberespacial es como la que tendría una acción de la Católica en la Bolsa de Santiago: ni sube ni baja significativamente. Ves que la gente comienza a hacerse amigo de alguna radio, hogar de ancianos, universidad o colegio de origen, candidato a concejal, de alguna candidata a Miss Facebook ansiosa por tu voto o incluso de nuestro propio Berlusconi de brazos cortos.
Llega el minuto en que ya no se te ocurre subir fotos (o que te acuerdes de hacerlo), de actualizar la de uno mismo. Encuentras molesto escribir en el wall (Por ejemplo, ¿por qué diablos alguien tiene que saber que saludé a otro para el cumpleaños?), llegando a ser el viejo e-mail algo casi amigable y personalizado. Comienzas a subir canciones, o trailers de películas, resulta más útil poner un ciudadano en tu ciudad virtual o resolver algún issue en una nación igual de imaginaria. Ya no mandas cadenas resolviendo quizzes y dejas que los que te envían se vayan a una dimensión desconocida a tan sólo un click de distancia. Es cuando Facebook pasa a ser como el asistente del Word u hojear Las Últimas Noticias.
Cuando eso ocurre, el harakiri facebookiano deja de ser una posibilidad y pasa a ser una opción. Primero por flojera, le consulté a una amiga P. que es la única persona que ha tomado una medida de esta trascendencia (sin contar a los que nunca abrieron una cuenta), por el procedimiento. Cómo no recibí respuesta, probablemente por la insólita pregunta o porque uno suele tener en la jornada asuntos más útiles y urgentes que atender, me vi en la obligación de buscar por mí mismo. En estricto rigor, tan difícil no fue de encontrar ni el camino ni el método.
Una vez que el qué ya está definido y el cómo aclarado, falta resolver el cuando. Es en este paso donde comienzan las dudas. Por los amigos de infancia que aparecieron (no importa si efectivamente son tus amigos), porque sabes dónde ubicar a quienes no quieres ubicar (siempre es bueno saber que existen luces amarillas), por si llega alguna copucha o junta de amigos, porque da lata pedir e-mails o teléfonos de quienes no es tan desagradable saber su existencia pero que no da para contactarlos de otra forma ni encontrarlos en la vida real (salvo por azar). Porque así como otros a uno le sirven para lo que acabo de decir, para esos otros uno puede representar lo mismo. Por flojera, y porque Facebook es como el dedo chico del pie. No se ve útil, no molesta, pero si dejara de existir uno sabría que para algo podría haber servido.

sábado, 20 de septiembre de 2008

El último choripán

Casi como profecía autocumplida, en días dieciochoeros, la guata en algún minuto dice no. A diferencia de años anteriores, el estómago se transforma en una especie de veterano de guerra, donde se cura de espanto y ya resiste un poco la tentación de asados, empanadas, tragos varios, etcétera, y como buen veterano, suele hacer caso omiso de los deseos de su superior directo, el cerebro. Se rebela y pareciera que adquiere vida propia y se transforma en un odioso pepe grillo, mudo pero eficaz. Una especie de endemoniado al que hay que referirse en tercera persona, un sublevado respecto de su dueño. En esta especie de duelo entre uno y su organismo resulta bastante odioso porque su resultado está escrito de antemano, al igual que la propia derrota.

No es necesario ir al doctor (¿si algo no duele para qué?), ni tampoco es que la propaganda de días previos de evitar celebrar como se debe y que cosas como esas hubiesen surtido el diabólico efecto de alguna mente insana del Ministerio de Salud llamando a la famosa vida sana. Simplemente es el reloj de uno que avanza. Pero no sólo de sublevados organismos que nos doblan la mano se vive en los dieciochos, en especial porque un malnacido como éste viene de la mano de aquel hijo de puta llamado recuerdos, que se aparece sin que nadie lo invitara. 

Este desgraciado se vale de la cronología para recordarte de lo pendiente, de lo que cumple aniversarios, entre otras estupideces. Si a este convidado de piedra se le añade la tecnología, la combinación es un tanto molesta. Esta noche tengo reunión de diez años de haber entrado a la universidad, mi primera carrera y mi primer año en aquel mundillo (me pillaron por Facebook). Nada malo, guardo a veces mejores recuerdos de lo que vino después, un par de buenos amigos de aquellos años, pero algo pasa, entre resfrío y lata. Hay anécdotas -cosas que viviste y no-, buena gente, pero como que algo está pasando. Vientos de septiembre.

Pero más que el encuentro con mis viejos compañeros del Geo, la piedra en el zapato es otro que viene después, de la estupidez que estudié después, pues a algunos ingeniosos a los que se les courrió hacer una reunión de reencuentro en un mes más (y mandarme el susodicho mail de invitación). Como que algo pasa que uno debiera pertenecer a algo más que tu familia o tus amigos, que no bastara solo tu equipo de fútbol, o un par de cosas más. Ahora resulta que no basta sólo pertenecer a un colegio, sino que también a la Universidad, incluso eres parte de un numerito que sería tu especie de generación, el año en que entraste. 

¿Cómo tan odioso? No lo sé. Las reuniones de ex alumnos son una soberanas lata donde van todos los que quieres ver, pero también los que no. Un asado de compromiso, ver a tipos que con suerte respetas porque hay que respetarlos, por una carrera a la que desearías más tirarle una bomba atómica que a la que regresar. No demoré en nada en mandar un mail y dar una excusa oficial de mi inasistencia, que por cierto no es esta. Por cierto que hay mucha gente por la que siento mucho cariño y que pertenece a aquellos odiosos años, porque siempre en lo cotidiano, hay cosas buenas. Sensaciones que no corresponden a las del encuentro de hoy, sino mas bien a un choripan de más. 

Además del malestar de tanto patache, ocurre que este fin de semana termina en un 21 de Septiembre. Así como las fechas sólo sirven como referencias, se supone que empieza la primavera. Época de alergias, resfríos que algún patán se le ocurrió decir que es la del amor (sospecho que fue algún ingenioso de algún laboratorio farmaceútico para hacer menos doloroso pagar por antialérgicos), en la que los días de creciente calor te van dejando a diario más cerca de un día 14 mientras te recuerda al mismo tiempo de tu soltería. Más que el frío invierno, la falta de un cuerpo amado al lado, como la sobrevivencia a este estado tiene su pasar agosto en esta época del año. Por la calle comienzan a aparecer los vestidos, los gimnasios y la vida sana se vuelven de moda, es la época pre-trajes de baños pero sin el calor sofocante que ocurre a partir de  Noviembre. Uno debiera poner de título "maldita primavera" pero poner una canción de Javiera Parra como encabezado mata de antemano.

El panorama se ve demasiado rudo, para en esta última jornada dieciochera tirar la esponja de acá a unas horas más (aunque el desgraciado del cuerpo diga no). Veremos si a punta de aguas, infusiones y un par de cafés, es posible velar armas para la última jornada patria.  

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El viejo y poco esuchado sentido común

Al final del día, así como no hay mejor lugar que casa, no existe un mejor compañero que el sentido común. Los números, las palabras, los argumentos usando ambos elementos, e incluso la coherencia de lo que uno diga no son nada más que herramientas. Nada más. El sentido común, si uno lo sigue bien, termina siendo mejor que cualquier metodología, paper de un Phd o tarotista que te lea la vida a partir de un naipe o borra del café (elemento que sirve más como abono de plantas que lectura del futuro).

Otra cosa es que uno siga este elemental mandamiento, omitido inexplicablemente en los 10 mandamientos, reclamo que Moisés olvidó hacerle a Dios, cuando recibió de éste las tablas de la ley sobre el monte Sinaí. Si él, que liberó a los judíos de Egipto, cayó, cómo uno no lo va a hacer algo más que de vez en cuando. En el caso de los mortales comunes y corrientes, cuando se acumulan pequeñas dosis de poder -y se comienza a perder el sentido de las cosas-, la ausencia de un Dios al cual confesarse y tenerle algo de respeto -el primer paso para tomarse en serio y creerse más de lo que uno es-, hay que andar con mucho cuidado porque uno comienza a jugar con cosas que no tienen repuesto, como diría Serrat (es la misma canción de la que hablé hace unos posteos, por si acaso).

No es que la víspera de un 18 -un equivalente microscópico de un Agosto español- me haya endieciochado antes de tiempo o que una mañana predieciochera me haga creerme profeta, encender el ventilador de las tonteras y dispararlas a la bandada (o a lo mejor sí). La cosa es que algo pasa que tipos de cierta inteligencia cuando tienen algo de poder se vuelven como periodistas futboleros antes de un partido de Chile. Algo pasa con algunos diputados de pasado mejor. Uno puede entender que, en función de intereses específicos de sus votantes, propongan proyectos de ley que de antemano son un saludo a la bandera o que ocupen la hora de incidentes para ello. (A modo de defensa de los honorables, ésta es una hora en que casi ningún honorable suele estar presente por estar negociando cosas más útiles en la cafetería, momento en que al mismo tiempo, es una sala semivacía con solitarios diputados hablando más de lo humano que lo divino y que suele estar enfocada y mostrada por T.V). Pero otra cosa es ponerse a legislar, perdón por la expresión, huevadas.

La última perla de este cofre de tonteras la proporcionó un parcito que se ha vuelto de antología en estas materias, como son el ex PPD Álvaro Escobar (¿se puede ser ex de algo que es igual a nada?) y el PS-díscolo, Marcos Enríquez: un proyecto que busca obligar a que los artistas extranjeros estén obligados a tener un telonero chileno. De lujo. Bajo esta lógica Franz Ferdinand jamás habría tocado en Chile (uno de los pocos grupos interesantes en ese monumento al mal gusto llamado Festival de Viña) o R.E.M., del que ya tengo la entrada, jamás tocaría en Chile. Incluso a la tontera de Madonna, que estos mismos ilustres fueron hasta a La Moneda -con cámaras de T.V. por supuesto- para que la señora cantara en el Nacional. Con semejante requisito y brillante idea, se haría más difícil aún hacer conciertos, lo que los sería aún más caros por lo difícil de hacer. Aunque duela, acá hay mercado libre para rato, y este medida es un subsidio ridículo, como el de los extranjeros en el fútbol (basta ver a los ingleses, que desde que llegaron extranjeros aprendieron que el fútbol se juega mejor a ras de piso)

Respecto de los autores, respecto a Álvaro Escobar no hay tanto drama. En su caso, la culpa no es del chancho, sino de quien le dio de comer: el PPD. El actor no es más que el síntoma de una política sistemática seguida por un partido que por poner a cualquiera que puede ganar un escaño, lo hace sin pensarlo dos veces. Pero algo raro pasa con Marco Enríquez guión Ominami. Antes de llegar a ser diputado apadrinado por su padre político (en un cupo del partido de su padre y en un distrito perteneciente a la circunscripción de su padre), era un agudo observador de nuestro chilito. Con (o sin) razón, era agradable saber de sus ideas, como cuando hizo un documental "Los héroes están fatigados" (fuera de las cosas técnicas, cuando encara a Oscar Guillermo Garretón es un momento notable, lo que no sé si aparece en el video que está abajo).



Pero algo pasó que se puso no sólo a hablar tonteras (costo inevitable de quien habla o escribe) sino que a hacerlas, como un proyecto destinado a tener periodistas más cultivados. El listado completo se puede ver en las mociones que se presentan en el Congreso.Tres posibles hipótesis de causales de ello: a lo mejor ello ocurrió cuando se puso el poncho de díscolo, cuyos integrantes no suelen decir cosas muy inteligentes, quizá por sentirse acorralados por la directiva del PS. Quizá porque el trabajo de diputados es agotador, tanto física como neuronalmente; el efecto de trabajar en horarios que no sé si muchos aguantarían y por tanta huevada que deben de escuchar en sus visitas distritales (y de sus mismo compañeros de hemiciclo, afectados por las mismas condiciones), a la que por educación y deferencia a posibles votantes de su reacción deben escuchar sin chistar); tener como esposa a una periodista de T.V.
La respuesta a ellas, las invalida de inmediato como hipótesis:a) La idiotez no es patrimonio de los díscolos. Fulvio Rossi, que no lo es, tiene frases para el oro, como cuando comparó a familiares de detenidos desaparecidos con narcotraficantes en el 2003, todo porque se juntaron con gente de la UDI. Tampoco es exclusividad de los socialistas. b) Si, pero tener mucho trabajo no atenua la tontera. c) La idiotez no es patrimonio de los periodistas de T.V., menos de los periodistas. Difícil de creer, pero por cierto, la mujer que uno tenga al lado no lo hace a uno más inteligente o idiota, sólo feliz o infeliz.Como me quedé sin hipótesis, estoy sin respuestas. Sólo la duda y la verguënza ajena de ver tonteras a diario. Moraleja: queda la luz amarilla del sentido común y lo fácil que en algún minuto puede ser llegar a perderlo.

martes, 16 de septiembre de 2008

Oxígeno para el hombre en su última trinchera

Mr. M, único lector conocido de este blog, y más instruido en el arte del fútbol que este humilde servidor, acota una serie de frases infartantes que hacen defender el derecho a ver fútbol en paz, tal como lo hicieron los franceses -en la primera guerra mundial no más eso sí- con la ciudad Verdún. Aquí van:

¿Por qué no le pega nunca al arco?.. ¿Qué cobró?.... Te apuesto que pierden ja ja ja ja.... Son más malos... ¿Cúal es Chile? ... ¿Ya va a terminar?.....y ese ¿quién es?... ¿Es necesario que echís tantos garabatos?... ¿Gol de nuevo? ¿Pierden 3-0? ¿La cambiamos?... No te pongai así, si no es para tanto... Ese cree que se ve bien con ese peinado, ja ja ja...¡¡¡Que sacai con gritarles, si no te escuchan!!!...¿Qué pasa si empatan?... ¿Qué significa que cobre off side? (... esteee.. cobró foul)...

lunes, 15 de septiembre de 2008

La última trinchera del hombre

Si un domingo es fome por definición, uno previo al 18 puede ser aún más aburrido. En esta semana, el lunes y el martes están de más, por más que uno cumpla horario y el jefe llegue con una ocurrencia propia de cada jornada. Debe ser la edad. O un domingo, que genera absurdos sobre los cuales escribir, ideas que se vuelven generosas con una gran película de fondo, como “La Caída” o ver un Boca-Independiente por T.V. (especialmente los últimos veinte minutos), o cualquier cosa que aparezca usando el control remoto, lo más cercano a una varita mágica.
Afirmarse al control remoto debe ser una especie de resistencia agónica por parte del hombre a entregarse a una realidad del porte de una Catedral y que parece inevitable en el mediano plazo: la igualdad de géneros, que no partió con la píldora como dicen algunas feministas, sino con el voto. Así como para las mujeres resulta más entendible alegrarse porque la cosa tiende inevitablemente a equipararse, es difícil para el que tuvo el poder resignarse a no tenerlo más. Un machista hoy debe ser como el Príncipe Carlos; inútil. Es más, las mujeres (en teoría) podrían prescindir de uno en las funciones básicas que podemos realizar, reemplazándonos con un banco de espermios o tratándonos como solían tratar nuestros antepasados a sus esposas; hay hombres para casarse y “chinos” para lo otro. No es para nada descartable que, tras siglos de hegemonía, la tortilla se dé vuelta y estemos siendo testigos de ese proceso.
Nótese la misma palabra “género (ya no se dice sexo, palabra desterrada al cacheteo, polvo, Viva Chile, o cómo se le quiera llamar). Pero al final, si compartes cama, probablemente compartas la tele –no conozco caso de una sola cama y dos teles en una misma pieza- y aún cuando tienes el control, probablemente termines poniendo algún odioso canal de series y no ESPN+.
En teoría no soy machista. Encuentro excelente que trabajen, te paguen la cuenta cuando no tienes un cinco y dado mi oficio y por ende, a la alta probabilidad que una hipotética esposa gane más plata que yo. Por lo tanto, ser machista sería el equivalente a ser huevón. Así como ojalá les paguen lo mismo que a un hombre por el mismo trabajo y les cobren por igual en un mismo plan de salud, ojalá algún día tengamos algo parecido a un postnatal decente o que hagan el servicio militar. Pero soy chileno, de familia tradicional, de colegio de de hombres y de curas y de Viña (entendiéndola como la pequeña ciudad circunscrita a los límites geográficos conocidos en la época del colegio) y por tanto sería mentiroso negar el machismo en mis venas. Y cómo no me gusta la hipocresía, prefiero pasar por troglodita que un hombre moderno de la boca para afuera.
Hecha la aclaración y volviendo al control remoto, éste no es la última trinchera del hombre ante una batalla, años más o años menos, perdida definitivamente, como es la de los sexos: es el fútbol. No tanto por el fútbol femenino, debido a que las hay ramas femeninas en otros deportes que conviven junto a las masculinas, e incluso tienen su propio nicho (por ejemplo Sharapova e Ivanovic en el tenis son marca registrada). Es cierto que es más entretenido ver a Messi que a… (¿cómo se llama la estrella del Barcelona en femenino?), pero la esencia está en el ser hincha –en especial por T.V.-, y en el monopolio que aún tenemos de la estadística y el ojo para ver partidos. No hay cosa más desagradable que ver un partido de fútbol con una mujer al lado (siempre hay excepciones por cierto), que es como si se tiraran flatos al lado tuyo. Es que por definición, género o lo que sea, no les gusta el fútbol y eso se nota. Aunque no les guste, si andan por ahí, igual se instalan. Por la chiva de las cabritas, por bolsear cerveza, cigarros o por meter simplemente la cuchara (no entienden que uno se concentre). No importa que estén todo el partido. A veces cinco minutos cambian todo, como una bomba atómica.
Peor es cuando se esfuerzan – lo que en teoría uno debiera agradecer- por entenderlo. Es como que uno entienda porque saludan y conversan como si nada con la misma mina que hace cinco minutos odiaban, o que le expliquen a uno con peras y manzanas el lío hormonal que se les produce cada veintiocho días (humilde consejo: pon cara de hacerte el huevón, nunca des pie a que te descubran que no entendiste). Asumiendo que estoy dando pie a que salgan estupideces como que “a las mujeres no hay que entenderlas”, que son de no sé qué planeta, o qué se yo, volvamos al partido y al inevitable rosario que llega tras el pitazo inicial : ¿de qué color es la polera de Chile? ¿para qué lado sacan (cuando Solabarrieta acaba de decir Argentina)? ¿cúanto van? (cuando el marcador está en la esquina superior izquierda y uno por educación no se los hace saber). Lo peor llega cuando, con el sentido de la oportunidad de tal Espina defendiéndonos de las FARC, salen con “si somos malos, no servimos para el fútbol” (cuando quedan veinte minutos).
Pero si empezaron a hacer rabonas y ser femeninas al mismo tiempo, tendrán un Mundial avalados por el mismo Bielsa y considerando que ellas sí pueden hacer dos cosas a la vez, han logrado la primera cabeza de playa en la última batalla del hombre como hoy lo conocemos. A menos que el espíritu de Homero renazca de las cenizas en la generación de nuestros nietos (siempre hay que dar por perdida a una generación por lo menos), esta guerra la perdimos.

viernes, 12 de septiembre de 2008

11’09’’08.

Las portadas de los diarios sólo hablaban de la goleada ante Colombia. El único detalle fue la fecha de la edición: 11 de Septiembre. El noticiario de TVN abrió con el partido, para sólo seis minutos después empezar una nota con el acto en La Moneda, en el Salón Blanco. Después de ello, lo que ha ocurrido en este día desde antes de nacer y el noticiero comienza a cerrar con barricadas en Villa Francia, Lo Hermida, nombres que resultan familiares en esta fecha (o en algunos de esos bodrios antidelitos con cámaras ocultos que suelen dar generalmente después de las diez)
Suena de fondo León Gieco, “de cuando el fútbol se lo comió todo”, pero afortunadamente el ser bastante más malos que los argentinos para el fútbol nos da en este caso una mano. Personalmente hubiese preferido una mano de Dios, pero el destino sólo quiso la mano de gato que se dio el Cóndor Rojos en el Maracaná. Por el bien del fútbol, por un minuto pienso que menos mal que Unión y Cobreloa perdieron dos finales de la Libertadores en esos años o que Caszely perdió el 82 aquel penal contra Austria en Oviedo. Volviendo a Gieco, afortunadamente en Chile el fútbol –por ser malos- no fue la píldora utilizada por los militares, sino que mujeres que hoy serían de silicona, Martes 13, el Festival de Viña en sus distintas versiones –con The Police o Faith No More incluidos, las puestas en escena después del noticiero de la noche.



El 11 hoy deja de ser aquella calle de Providencia, o el último robo de los estadounidenses desde América del Sur (una curiosa secuela de la idea de Bin Laden de usar American Arlines como el cohete lanzado desde un Hawker Hunter en 1973). Algo que por cierto, es más serio de lo que inicialmente suena: el cobre puede volverse a nacionalizar –si de algo sirviera-, en cambio hacerlo con un símbolo es imposible. Es un día sobre el cual es difícil decir algo nuevo, incluso decir algo. Quizá simplemente escuchar, y nada más.
En Santiago es un día distinto, dónde pese a saberlo recién lo comprendí hace unos años, en el 2005. Una ciudad que después de las cuatro se vuelve gris, que cierra temprano, que se va en silencio a sus casas. Donde en algunas partes la iluminación consiste en neumáticos ardiendo, se escuchan algunas balas al aire, las mismas que finalmente no fueron disparadas, salvo excepciones, por los hijos de la vía chilena al socialismo en su minuto. Menos aparecieron las famosas tropas cubanas o los cuadros de élite, que resultaron existir sólo en la propaganda. Hace 35 años Santiago no fue el Madrid de 1936 y pasó en cosa de horas a ser el de Mayo de 1939, enmudecido ante las tropas de Franco.
Una jornada donde las viejas preguntas volverán con una nueva vigencia. Donde anónimamente y sin saberlo se formule la vieja pregunta que, probablemente se ha hecho como suelen hacerse las cosas en Chile, al interior de la casa: ¿Papá, qué hiciste ese día? En TVN están dando El Baile, en CHV el Club de la Comedia (que hoy día no tiene gracia ver), en MEGA, el bodrio de cámaras ocultas y curiosamente en Canal 13, lo que se espera de un once. Como siempre después del 11, llega el día 12 y las viejas preguntas vuelven a quedar sin respuesta.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Un día de cajón


Perder por tres goles produce un efecto parecido que golear por cuatro, que es perder la proporción de las cosas. Pérdida de la razón que, dada la jornada de eliminatoria que acabamos de vivir en el Nacional de Santiago, es más que comprensible, porque gritar un gol no es para razonar. Prescindiendo de las dos estocadas de Luiz Fabiano y la el golazo de Robinho, ejercicio dudoso de poder realizar, la derrota con Brasil, aunque se contara dentro de los cálculos en el camino a Sudáfrica 2010, fue muy dolorosa, por motivos ya explicados.
Entre ellos, insistí en la comparación del tres cero con Paraguay, y en que fue un marcador raro. Si bien negar la superioridad de Brasil es de idiotas, creo que la derrota por tres goles de diferencia no fue la misma, también de tres goles de diferencia, en la primera fase de la Copa América de hace un año. Un equipo que pese a tener varios jugadores en común, es distinto.
Por eso, la victoria de hoy sobre Colombia era necesaria, no sólo por los puntos, sino por confirmar en goles y resultado, lo que se vio en pinceladas en las derrotas ante Paraguay y Brasil: un Chile que por pinceladas, ataca y no especula, con algo de ingenuidad y no poca convicción. El buen camino sigue claro, justo cuando comenzaban a reaparecer los Bonvallet, la polémica chanta, esta vez con Sanhueza como tonto útil.
Chile se vio distinto, algo más calmado pero con la calculadora dejada en casa y dedicado sólo a jugar. Esa misma línea, de atacar e ir de frente a los partidos, no confundir buscar el arco con ir a tontas ni a locas, ni confundir jugar con garra con hacer estupideces. Obviamente, en algunos partidos se nota más que en otros, pero en derrota, victoria o empate, se nota una idea a seguir.
La búsqueda de puntos y goles más o menos, en una eliminatoria como la sudamericana, nubla el panorama, como esos árboles que no dejan ver el bosque. La lluvia previa al partido puso paños fríos a la ansiedad provocada por la derrota del domingo. Como un síntoma de una noche a la que estamos pocos acostumbrados, un pequeño arcoíris apareció sobre el costado oriente del estadio, con un cielo esclarecido y un color de atardecer que sólo es posible de ver en Santiago cuando acaba de llover.
Así fue, pero no porque las estrellas esta noche se vieran más claras o algún conjuro. Tampoco un problema sicológico del equipo, sino simplemente frutos de un trabajo constante, que termina por rendir (aunque siempre hay que corregir y aprender). Chile formó prácticamente con el mismo equipo que perdió ante Brasil. Las excepciones fue el ingreso de Chupalla Fuentes en la defensa, el regreso de Estrada al mediocampo y el ingreso de Cereceda por Droguett. Reaparecieron los que debían aparecer: Medel, Estrada, Fernández, Suazo, etcétera. Nada más, ni menos. La sana y dulce revancha
En el fútbol, salvo la champa de pasto que desvíe un tiro, el error imprevisible, el penal caído del cielo (o de la mano de un árbitro amigo) o imponderables de esos, no hay improvisaciones, sino trabajo bien hecho, el que tarde o temprano se nota. Lástima por un lado que haya sido Colombia el bálsamo de nuestras heridas provocadas por el Scratch, porque es un equipo serio y que sin ser el cuco en persona, venía bien hasta antes de esta fecha. Pero cayó de cajón porque la actuación fue ante un buen equipo y por los puntos. Un equipo que no debiera derrumbarse como las imágenes del cuco en persona, (la Venezuela de Junio) o el Brasil tipo Andorra de hace cuatro días antes de esa fecha), levantada por diarios, radios y canales. Criaturas de las que, por cierto, renegaron paternidad apenas se volvieron impresentables. Pero eso es cuento viejo
Colombia, hasta el primer gol, y especialmente hasta el segundo, no fue un regalo de Dios por el Mes de la Patria o una especie de analgésico por las vísperas de un 11 de Septiembre. Podría incluso, haber hecho el gol antes que el marcador abierto por Jara , pero Chile, en las vísperas de una jornada donde salen año a año viejos fantasmas de su historia chilena y en un lugar donde nacieron muchos de ellos, supo en el fútbol alejar por una noche sus propios fantasmas y lograr lo que necesitábamos con urgencia: ganar de esta forma.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La odiosa fe de erratas.

Parafraseando a aquel filósofo de la vida llamado Pelayo Bobadilla (Teleserie Mala Conducta), "errar hummanum est". Gracias a mi amigo y casi exclusivo lector Mr M. (y sobre todo a que mi jefe no está y la corrección se hace instantáneamente), en la humilde crónica sobre el partido de Brasil hay un error feo. Australia ya no juega en Oceanía sino en Asia, y el cupo de repechaje de América del Sur es con el 4to de la Concacaf. Más allá que cambia un poco el sentido de lo escrito en el primer párrafo y algo en el segundo, ahora no tenemos cuatro cupos y medio, sino cuatro cupos y tres cuarto.

Monos con navaja.

Durante la previa de un partido, al igual que los futbolistas, el resto también debieramos hacer concentración, en especial los periodistas de fútbol. Por último que se dedicaran a hablar de otros deportes, pero no de fútbol. Obviamente, eso es un imposible, pero soñar es gratis. En general no tengo buena opinión de los periodistas, pero con los de fútbol, con esos tipos -como diría Serrat-, hay algo personal.
En este caso, exculpo a la Universidad respectiva. No creo que cursos más o menos de deportes los haga mejores. Es como que en el caso de los deportes, en especial el fútbol, el mercado funcionara a la inversa, una suerte de darwinismo pero al revés; la selección natural de la tontera. Aunque, como en la vida, en las redacciones deportivas tiene que darse algún caso tipo negrito de Harvard, el mercado en este caso al revés, es igual de cruel que funcionando al derecho.
Veamos el proceso. El primer filtro es la escuela. En los primeros años, como que al ver tu futuro como el reportero pelotudo –que no tiene que ser sinónimo de pelotero- espanta y como de paso, no te suma puntos con las mujeres, es normal que más de uno deserte. Verte a los treinta años, con la guata universitaria que ya no baja –aunque tu estómago se haya vuelto de minas después licenciarte- sin pelo, soltero, corto de plata, juntando boletos para rendir cuentas de caja chica a fin de mes, todo eso para escuchar a un tipo contestándote “no se nos dieron las cosas”…. es de valientes y masocas. Es como que te guste la Católica.
El segundo es la práctica profesional, partiendo si quedas en algún medio con deportes. Si sobrellevas esos tres meses funcionando de manera digna, agarrando rápido las mañas, haciendo simplemente lo que te piden, hablando cuando sólo sea necesario, tener el suficiente olfato para que el editor –jefe de prácticas- retenga tu apellido y el estómago para aguantar un servicio militar en el medio, o sea trabajando como (y más de una vez en) negro o boleteando, puedes considerarte parte de la familia del fútbol.
Como el requisito segundo es universal a otras secciones – o frentes informativos-, el tercero, y fundamental, es que te guste el medio. Más que inteligencia, como muchas cosas en la vida, la diferencia es saber hacerla. Pasado esto, entraste al gremio de la más idiota de las ramas del oficio; la familia del fútbol. En honor a la verdad, no sé si es la más oligofrénica, pero es la que más se ve, lee o escucha. La más evidente.
Curiosamente, los pocos periodistas de fútbol que he conocido son tipos más que inteligentes. En realidad no debiera haber problema, si hablar de fútbol no es monopolio de los idiotas. El problema, de estos tipos inteligentes, es cuando hablan de la pelota, transformándose automáticamente en pelotas. Aparece de la nada una especie de Hulk con la inteligencia de un diálogo de película porno. Hace unos meses estuve con un tipo que conocí en la U como alguien con dos dedos de frentes, y partiendo de esa base previa, le consulté con un ¿ y tú que estás en el medio, qué te parece Bielsa?
La respuesta me dejó sin respuesta, y sólo atiné a seguirle la corriente, moviendo la cabeza. Más que decirme, no me gusta este tipo por a,b.c o f, o un por último fracasó con Argentina, me salió con esta defensa medio corporativa que sale el gremio, que no los dejaban reportear, que no se decía nada en la ANFP, que Bielsa no hablaba, por ese lado fue el argumento. Si Bielsa no es Dios, y que meta la pata, por Dios que la mete, aunque creo que el balance desde hace un año es raya para la suma
A esta manada la conoceréis por sus frutos. Ya vimos el debate previo a los partidos con Bolivia y Venezuela, que dejaban a las finalistas del Miss Reeff como si fuese un debate entre Platón y Sócrates. Vimos como se dejó a Brasil como si fuese la selección de Andorra, y los medios, en una actitud (in) digna de la peor de las planchas, sólo mostraron la portada de La Cuarta el día domingo como si fuera el exclusivo medio que habló tonteras. Como si todo lo escrito, visto y escuchado, se borrase con el codo. En un sesudo análisis de una nota de MEGA en el noticiero de las nueve del miércoles se exponía de la ventajas físicas que los brasileños sacaron en el partido del domingo. Hasta ahí, bien. El problema es que la fortaleza física era solamente la altura. Se olvidaron de la velocidad, resistencia y sobre todo que son brasileños juegan fútbol desde antes de caminar. Independiente si Chile gane, pierda o empate mañana, esta chichita nos ha curado demasiado. Lamentablemente no creo que haya generación de reemplazo, porque el más inteligente de los tipos que pueden llegar a ser parte de esta familia, se mimetizan demasiado rápido, independientemente que siempre aparezca un negrito de Harvard por ese vecindario.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Brasil, nuevamente.


¿Brasil o Paraguay? Perder por tres a cero y de local siempre es duro. Si la pregunta fuera sobre si es peor perder frente a Brasil o Paraguay, lo lógico sería decir Paraguay. La razón es simple. En un zona clasificatoria con cuatro cupos y medio (por el repechaje con uno de Oceanía, que salvo un Tsunami borrara a Australia, casi seguro es Australia), donde estarán casi por siempre Brasil y Argentina, y en un contexto donde el sistema de todos contra todos probablemente siga vigente, a menos que la CSF (más bien la TV) diga otra cosa, la elección es obvia: Paraguay.
Cabe señalar que en América del Sur sólo jugaremos una clasificatoria cuando compita en nuestra zona Centroamérica y el Caribe, dónde México deje de ser una Australia sin repechaje. Pero pensar en ese escenario es sólo fútbol ficción, verso, porque los pasajes al Mundial de turno en esta parte del mundo parecen condenados a ser rifados agónicamente en esta lenta arena de Circo Romano llamada Eliminatoria Sudamericana. Las grandes selecciones europeas, al igual que sus agricultores, están acostumbrados a jugar con subsidios: España nunca jugará en el mismo grupo con Alemania, Francia e Italia. No obstante, esto no es un empedrado al que echarle la culpa, porque esta dura lucha es igual para cualquiera en el Subcontinente, incluso para Brasil o Argentina.
Después de esto, debiera seguir argumentando que fue más dura la derrota a fines del año pasado con Paraguay que la de esta noche, porque perder con Brasil debiera estar siempre en la calculadora. Pero, recurriendo a un lugar común (al final, uno siempre dice lugares comunes), el fútbol no se guía por la mera lógica, sino que caben en él extrañas sorpresas y partidos raros. El de anoche, como el de Paraguay (por eso la comparación) fue uno de ellos.
Chile apretando, jugando de frente y con un orden apreciable fácilmente, y sobre todo en los primeros minutos, buscando el arco casi como feligrés va hacia el cura por una ostia. Aunque al mismo tiempo, mostrando las fisuras que nos han costado caro; un tiro libre o una pelota mal perdida y sobre todo una capacidad enorme de crear opciones de gol y perderlas al mismo tiempo (en un mal sentido, lamentablemente los hombres también podemos caminar y comer chicle al mismo tiempo).
El libreto también tuvo una estructura parecida, con un dos cero anotado a punto de terminar el primer tiempo, aunque con matices. A diferencia del Paraguay de Martino, esta noche nos dio un par de balones de oxígeno que terminaron siendo simplemente dosis de morfina para una noche dolorosa, como fue la expulsión de Kléber y el penal atajado por Bravo a Ronaldinho. No contábamos que Valdivia hiciera lo que no debía hacer (aunque era calculable que podía pasar) , en especial porque una roja era más que esperable que se nos sacara, en honor a la ley de compensaciones que suelen hacer los árbitros en esta parte del mundo y por Valdivia mismo.
Perder con este Brasil es más duro porque molesta verlo jugar tan tácticamente –por decirlo elegantemente-, tan especulativo y con calculadora en mano. Porque Brasil nos ganó como solía jugar el Paraguay de Cesare Maldini, que en su versión de Martino nos pasó por encima de una, que da gusto verlo jugar. No hay que ser tan injustos con Dunga, pues hace rato que Brasil dejó de ser el jogo bonito, al menos desde que tengo uso de razón, con Lazaroni a fines de los 80’, pasando por Parreira, Scolari, Leao o Luxemburgo (quizá no tanto con Zagallo). En la práctica, la gran diferencia de Dunga con Luxmburgo –volviendo a las comparaciones- es que esta noche al ex capitán de Estados Unidos ’94 y Francia ’98 el tres a cero fue a su favor, y el Nacional fue el balón de oxígeno negado en estos pastos a Luxemburgo ocho años. Victoria pírrica para los brasileños, porque Dunga seguirá en la banca.
¿Y Chile? No jugó mal, pero si se pierde por tres cero, eso es un detalle que no parece tener mucha importancia. Duele más porque ahora estuvo Sánchez y Valdivia, y el estilo de Bielsa más puesto en práctica. Duele porque uno se da cuenta que, pese a todo seguimos estando en la senda correcta, y explicar eso cuando se pierde por tres a cero de local es realmente complicado y molesto hacerlo. El tema no es el regreso del Mago, porque mañana podría ser el del Fantasista, que a lo mejor espera en Roma con síndrome de hijo pródigo que lo llamen de vuelta. A lo mejor de tanto vivir en Roma se cree Julio César para salvar a Chile de la decadente República -léase ANFP. O bien cambiar de sede porque el Nacional es la mufa (a lo mejor jugar en lo que fue un Campo de Prisioneros es yeta). La respuesta parece ser otra alejada de las yetas: simplemente trabajar como la gente y acostumbrarse a seguir haciéndolo como se hace desde hace un año.
Chile no especula, va al frente, juega en orden –a veces demasiado en orden, lo que cae a veces en la confusión y predicibilidad. Pone sus cartas sobre la mesa y quien enfrente a Chile, sabe como jugará. Chile con Bielsa las tiene claras, uno sabe independientemente del resultado y que juegue bien, mal o más o menos, que el libreto será similar. Uno no ratonea, y aunque perder tres cero de local siempre hace perder de perspectiva las cosas, eso sigue siendo valiosos. Es cierto, no jugando como fotocopia de los italianos puedes perder partidos así (pero jugando como Locutín -aunque sea feo recordar esto cuando recién ha muerto- o don Nelson, podemos perder peor), pero aún perdiendo hay que ser dignos.
No hay que olvidar, aunque cueste, que este tres a cero no es el mismo que el partido de primera fase en Copa América del año pasado, cuando a Dunga no se le daba como caja. Aún duele perder así, porque uno sabe que no fue por ratones o por poco serios, sino porque el fútbol no premia siempre a quien juega de manera abierta y clara, buscando el arco y no la calculadora, sino al que mete los goles; El Chupete Suazo, y nosotros, lo aprendimos hoy de manera aleccionadora. También repasamos que en el fútbol, como en la vida, la lógica dice no siempre gana el que va de frente, sino al que la sabe hacer (aunque la vida, a la larga, siempre pasa la boleta por lo que uno hace o deja de hacer) Al vivo y no al trabajador, así es el camino largo y ojalá sepamos estar en él. Ojalá que nuestros ágiles de la prensa futbolera tambíen aprendan, el fútbol nunca hay que dar a nadie por muerto, menos a Brasil, aunque pedírle humildad a un gremio de capa caída es como pedírselo a un abc1 arruinado que mantiene un status que dejó de ser.

Calamidades, locuras y amarillas.

Hace unos días supe que el tiempo transcurrido entre que salgo apurado de la casa hasta que llego al trabajo (y viceversa) es una verdadera odisea. Forzado por el Tribunal Constitucional y el Congreso, el gobierno debió reconocer que desde febrero de 2007 viví bajo una calamidad, bajo la lectura que la derecha hizo del reconocimiento del famoso 2% constitucional al que recurrió el gobierno. Lo primero que imaginé sería algo así como que durante poco más de un año y medio el Volcán Chaitén no hubiese estado lanzando cenizas sobre Chaitén sino en Santiago. Pero también, pedagógicamente explicado por el candidato presidencial de la derecha, existen calamidades provocadas por el hombre, en este caso por la Concertación. Entonces sería algo así como que tomar micro en Santiago fuera similar a lo que tenía que hacer un checheno por comprar pan en Grozny, con el bombardeo ruso como música de fondo.
Esta lectura sería si uno la hiciese de forma literal respecto a lo que es una calamidad. Probablemente no entiendo mucho, pero la realidad no se condice con esta calamidad. Sonaba mejor, para ver el nivel al que llegamos cuando se habla del odiado Transtortuga, la famosa definición de crimen social que Adolfo Zaldívar hizo respecto del hábito de tomar micro en Santiago. Sólo viendo al Transantiago como un problema político –o sea algo no menor, aunque incomprendido o impresentable (o ambas) para gran parte del respetable- es posible que la definición de calamidad tenga algún sentido. Pero siguiendo el consejo de mi amigo Mr. M, no voy a hablar de política, sino de tomar micro.
El 10 de febrero de 2007 no estaba en Santiago, pero sí unos días después. Por esos extraños días, Irarrázaval se veía bastante, despejada de micros –por unos días gratis- ordenada, aunque funcionaba porque en febrero no hay nadie en Santiago (el mejor mes para vivir allí). En marzo terminó por confirmar todo lo que hemos visto y no hay más que agregar.
El punto es que tomar micro nunca ha sido algo agradable, para quienes suelen llegar a trabajar o estudiar en micro. Pero ahí a ser una calamidad, no me ha cuadrado esta imagen. Es cierto que debo ser de los pocos a quienes no les cambió para mal la vida desde que el Transantiago funciona, pero aún reconociendo eso, no veo la calamidad. A lo mejor esto se debe a que Dios ya no es el copiloto, sino que éste –en caso de existir- sólo está en la fe de cada cual.
Las micros, cuando las tomo, no está más llenas que hace dos años ni me iba más sentado que ahora. Pero ahora el chofer no tiene un fierro bajo el asiento ni putea escolares, así como tampoco los huevean con que den el asiento, cosa que, al igual que antes, casi nadie hace. Es cierto que subirse es muy difícil, pero porque la gente no suele avanzar hacia atrás (el famoso avance que atrasito hay espacio parece que tenía algún sentido), un ejemplo de la serie de hábitos de nosotros como chilenos que ningún sistema –en teoría- sería capaz de detectar ni corregir en el mediano plazo, como hacer que la gente de la noche a la mañana tenga que hacer trasbordos y le guste hacerlo al mismo tiempo.
Con todo, me suena raro escuchar a la gente que pide a las famosas amarillas de vuelta. Es cierto que no generaban déficit, el Estado no les prestaba plata, y uno podía tomar una micro para cualquier parte (en teoría). Cosa perfectamente posible con choferes sin sueldo fijo, con el grueso de micros cayéndose a pedazos, y como decía Marinakis hace unos días, es imposible que no hayan pérdidas si ahora tienen que andar con cuatro choferes por micro, si antes lo hacía con sólo dos y por boleto cortado. Probablemente una multitienda tendría menos ganancias si dentro del porcentaje del salario que pagan a sus fuese mayor el componente fijo que por el de venta hecha.
Más curioso es que una de las explicaciones más lógicas que he escuchado en estos días respecto al Transantiago provenga de uno de los personajes más impresentables en la materia, como es el presidente de SONDA. Pero pareciera que el horno no está para argumentos y explicaciones más lógicas. Es que lo que empezó mal es difícil que termine bien, y aunque el Transantiago esté como un zapato chino no significa que todo pasado fuera mejor. Es cierto que es bastante indefendible que el famoso subsidio termine en la cuenta corriente de los principales bancos, pero de ahí a que vuelva Marinakis a lo Perón en 1973 es de locos, aunque nada de lo que rodee tomar una micro hoy, al igual que en el pasado, sea algo muy normal. En realidad, lo que suena a calamidad es más bien una locura, aunque al igual que en el caso de más de un sicólogo, el especialista probablemente deje peor al paciente.
Con todo, cada vez que llegó a Viña y tomo la micro a la casa de mis papás, me parece de locos, de otro mundo, pasarle plata al chofer, que éste me dé vuelto y mire feo a un escolar –por lo bajo- por ir un sábado en la mañana con su carnet escolar (todo al mismo tiempo), me hace pensar que desde que empezó la famosa calamidad, no está todo tan mal como se pinta, aunque a lo mejor tanta locura de tomar micro todos los días me soltó un par de tornillos, al igual que las latas de las micros andando todos los días por las calles de Santiago. A lo mejor, ahora que mi bicicleta funcionará y no tendré tomar micro, recupero la cordura.