viernes, 20 de marzo de 2009

Viaje imposible hacia una república inexistente

En estricto rigor, los cables a tierra son aquellos cables que están entre los cables positivos y negativos, algo a tomar en cuenta cuando se quiere instalar algo así como un enchufe, sin dejar una potencial embarrada. También se suele decir a aquellas cosas que a uno lo hacen dimensionar la magnitud de los problemas, aterrizando un poco cuando las preocupaciones del día a día y derivándolas hacia su real dimensión. Esto último ciertamente es más importante en la vida de uno. Aunque no necesariamente más útil. Ciertamente es más práctico saber instalar un enchufe.

El tema de aquellos cables a tierra más importantes, es que suelen confundirse como una temática de columna de autoayuda tipo revista Ya o de algún betseller de sicólogo(a) avenido a escritor (o viceversa). A lo mejor, el confundido soy yo, quien sabe.

Ha sido una semana, días en realidad un poco complicados por esas leseras cotidianas. Nada grave, pero molesto al fin y al cabo. Como parte del trabajo, tuve que visitar a un antiguo funcionario del Congreso Nacional, a fin de averiguar unos datos para mi jefe, para escritos de él. Averiguar unos nombres en fotografías muy antiguas. Una soberana lata, pero cosas que son parte del trabajo. Los nombres fueron cosas de minutos, nada del otro mundo. La verdad, el tipo tenía ganas de conversar y hablamos de aquellos años. Con cierta nostalgia, hablaba de la antigua política, antes de 1973.

Era una época en que los debates en el Congreso eran muy profundos -cosa de leer, si se tiene tiempo, las actas del Congreso, las intervenciones que se hacían, sus argumentos. La verdad, tenía razón en buena parte. Era una época en que se defendían posciones. Un socialista era un socialista, un socialcristano o democrátacristiano se veía claro, un conservador también. Etcétera. No fue una conversación larga ni marcadora. Pero algo quedó: La nostalgia de él, resultó ser mi propia melancolía.

La diferencia entre nostalgia y melancolía, que suelen parece sinónimos, me quedó relativamente clara en un libro que leí hace harto tiempo: “El bucle melancólico”, de Jon Jauristi, un ensayo sobre el nacionalismo vasco. Básicamente -simplificando en extremo el concepto, y distorsionándolo un poco para este posteo-, la nostalgia viene a ser más bien la noción de pérdida de algo que vivido, mientras que la melancolía la idea de una pérdida no vivida, de un mundo del cual no se tiene la experiencia propia (sólo las ideas que de él se tienen).

Mi melancolía, en ese sentido, es la de un mundo donde lo público tenía algún sentido, y donde eso “público” tenía algún sentido en lo político. Ciertamente la política en los 50', incluso en los 60' o 70' tenía muchos defectos. En la práctica, era sumamente elitista y resultó al final más un problema que la solución a los graves problemas de Chile en esos años, donde la “solución” de 1973, sonó más a una “solución final” y que ha dejado graves problemas de fondo no resueltos hasta hoy. Uno de ellos, es el deprestigio absoluto de la política (aún cuando existen razones de sobra para pensar que estos años de gobiernos civiles la han agudizado).

Ese mundo perdido (en muchos ámbitos retrógrado e imposible de revivir hoy), que es representado por este viejo funcionario, tenía mucho de valioso, aunque hoy suene a reliquia. Un viejo símbolo que desaprecerá con su muerte física (probablemente en unos años más). Nuestro éxito de sociedad “más estable”, madura post' 90, hace bastante que no es tal. Las diferencias no parecen estar presentes, incluso en temas de fondo.

El debate sobre la inscripción automática – que mezcló de manera incomprensible la voluntariedad del voto- fue una prueba de ello (Sesión del Senado, 06/01 y Diputados 22/01), donde las pequeñas muestras de lucidez de los votos de minoría reflejaron un debate sin sentido común en algo tan importante. Era realmente incomprensible ver a Longueira tan lúcido y a quienes se supone progresistas tan imbéciles defendiendo algo tan retrógrado y light, como la voluntariedad del voto (hubo excepciones como Saffirrio u Ominami, que por fin dijo algo con sentido). El mundo al revés.

Ilusoriamente he creído que si algo bueno tiene este crisis económica -un efecto más allá de lo puramente económico-, es que iba volver la cordura que un mundo desregulado y sin reglas es una estupidez. Claro que esta falacia es también moda de los tiempos. Cuando cayó el Muro de Berlín, sus pedazos también cayeron sobre la cabeza de muchos, con efectos impresionantes, de los que esta crisis mundial pareció hacer entrar en razón. Qué tipos como Tironi, que cambia de opinión como un futbolista de equipo, pueden parecer hoy fuera de foco (aunque siempre, tienen la capacidad de adaptarse). Que la defensa de tipos – ya a nivel global- como Habermas -de la época de la acción comunicativa-, de su rescate de los valores de la modernidad tienen sentido en un mundo todavía convaleciente de esa estupidez llamada postmodernidad, que simplemente constata fenómenos y se adapta a ellos.

Chile, en ese sentido, lamentablemente parece inmune, blindado. Nuestros economistas (¿Qué diría Paul Krugman si leyera El Mercurio? No lo señalo majaderamente. Simplemente es el único diario “en serio” ) y liberales son muy hábiles en disfrazar las cosas, y nuestros progresistas...es lo que hay no más.

Esta falta absoluta de diferencias, en que todo es negociable -¿será trauma mal entendido de 1973?-, parece confirmarse por el rumbo del, aunque duela reconocerlo, del gobierno más “progresista” (que rancia es esa palabra) posible. Por eso, con todos sus defectos, lamento que Vidal esté hoy en su exilio dorado y que personajes como Viera-Gallo -de ministro-, silenciosamente sigan (¿será una explicación válida que en los grandes disparates de este gobierno estén personajes de este tipo como protagonistas?)

El gobierno tomó la opción de pasar tranquilo hasta el final. Cuidar la popularidad de la Presidenta, que hábilmente no se mete en peleas chicas -pero en las que debiera meterse- y que el año pasado dejó a Vidal para la patada y el combo. Decisión válida, humanamente hablando (¿vale la pena pelear por la Concertación a estas alturas?), pero políticamente muy cuestionable, más aún con un tipo como Piñera ad-portas (la falta de ideas también afecta a la derecha). ¿Vale la pena? No creo. Mal que mal, la popularidad en las encuestas sólo dura lo que demora en salir el siguiente sondeo (este año van a florecer como callampas, probablemente). Si no, pregúntenle a Lagos. Quizá la presidenta, en el fondo, tiene razón. No tiene sentido pelear hoy por la Concertación, incluso les haría bien salir.

Por eso, hoy, en algo comprendí a este viejo funcionario -jubilado- cuando echaba de menos su viejo mundo. Yo sólo fui capaz de comprender en algo su nostalgia desde mi propia melancolía.

viernes, 13 de marzo de 2009

El Vocero cuelga los estoperoles.

En un gobierno  como el actual, con cerca de 20 ministerios, resulta difícil recordar el nombre de todos los ministros actuales. Más aún los que ya no lo son. Saber de los ministros es casi una pregunta del tipo sabes más que un niño de quinto básico o algo así.  Pero hay algunos ministros de los cuales es difícil olvidarse.  Uno de esos es Vidal.

Es impresionante lo que sucede con Vidal, especialmente con el que estuvo hasta hoy. Claro, sigue siendo ministro –como ya lo fue antes-, pero algo será distinto. La diferencia más obvia, por cierto, es que ya no será vocero. Eso significa, por tanto, que hablará menos. Pero se nos olvida que ya fue vocero hace más de cinco años, y allí mucha gente lo alabó. Hoy también, pero despierta una odiosidad curiosa.

 Reconozco, de entrada, que el tipo me caía bien como vocero. Claro, se le pasaba la mano, pero decía las cosas altiro, sin anestesia.  No andaba muy diplomático, pero no era el canciller. El tipo era un vocero y su labor consiste en hablar. Esa es la pega del vocero, decir  las brutalidades que la presidenta, por cortesía, no dice. Es bien difícil, la verdad, no decir brutalidades con una derecha con 18 años de abstinencia obligada del poder político y con una Concertación capaz de seguir a cargo del boliche con puerta lateral en Morandé 80, pero sin saber para qué.

Vidal es como esos futbolistas que se echan el equipo al hombro, pero a punta de patadas, chuchadas, la famosa garra. Eso hizo durante el 2008, el peor año de la Concertación, donde falto poco para que se cobraran los tres billetes de cien pesos adeudados para parar la olla y sacar cuanto folleto picante, hecho de papel roneo, para hacer sonar y decir, y va a caer. Y ahí estuvo. Para la patada y el combo. Todo esto en un año en que la Concertación se sacaba los ojos con las dos listas de concejales, sus intelectuales de palacio se miraban el ombligo mientras reflexionaban sobre la inmortalidad 2.0. Y en que por supuesto, la presidenta no se metía en los temas de la Concertación (nada de lesa, por lo demás). En realidad, no se mete.

Ahí estuvo Vidal, tratando de hacer de Mascherano en el Liverpool, pero llegando a jugar como el peor “chuletín” Musrri de todos los tiempos. Así pasó poco más de un año. Pese a todo, no lo hizo mal. Pero sigue resultando raro que la derecha le dé tan duro. ¿Se le habrán soltado las trenzas al vocerito, como lo llamó alguna vez Fidel?  Mi impresión es que antes estaba Lagos y ahora no. No es que eche de menos a Lagos –Dios me libre-, pero el ex presidente hablaba de todo, opinaba de todo, se metía en todo y más encima reta a los periodistas hasta el día de hoy. Con ese jefe, cualquiera se opaca.  Con Bachelet no.

Después de aguantar y dar patadas, lo sacan del partido. Craso error. Vidal es a Piñera lo que Trivelli fue para Piñera. Alguien que fuera capaz de jugar paletas en la playas del Mapocho, dejarlo en ridículo por ir a hacer el loco en helicóptero al Volcán Chaitén. Y Piñera, pese a todo, no crecía. De hecho, con toda una Concertación empeñada en mandarse a mismo a la cresta, Piñera no pasó el 50%. (bueno, en encuestas chantas de diarios, obvio que sale presidente) Pero los fusibles se queman, y como no había repuesto, se manda a un exilio dorado, como es hoy Defensa.

¿Por qué la derecha lo odia tanto, casi como fue “Barnabás” Vergara en los tiempos de Allende? En un asado, un amigo PPD me dio la clave: Vidal fue uno de los suyos, renegó de ellos y se encarga de recordárselo. El ahora ex vocero tenía una gran habilidad: la derecha siempre picaba con él.

De esta manera, se va una barrera de defensa transformada hoy en una inútil Linea Maginot. Razón. No la sé, sólo sé que cuando las encuestan señalan popularidad, comienzan las tonteras. Las hace la presidenta, pero las hace Piñera, haciendo el loco en Chaitén (pero es inteligente: manda Monckeberg a hablar las leseras). Además, como todo el mundo sigue las encuestas y varias lo situan como ganador, tiene línea de crédito para hacer y decir tonteras. En fin, un gran error: si hay en algo en que es experto Vidal, es en hacer pisar el palito a la derecha. Buena, con esta derecha, ella misma pone la planta del pie encima del cactus (porque tenemos la derecha que nos merecemos, creo que Piñera no será presidente). 

domingo, 22 de febrero de 2009

Al despertar, el dinosaurio seguía allí.

Éste es un tema del que no sé el final, porque no sé si terminó. Si bien podría decirse que comenzó hace casi exactamente cinco años, no sé si en realidad comenzó allí. Un tema que, en realidad, no sé bien su proceso. Sólo sé que está allí, y tengo mis dudas sí algún día dejará de estarlo. A lo mejor va a ser como ese dinosaurio de Monterroso, pero a diferencia de su cuenta, ya no estará allí. Pero hoy, eso no sucedió. Como no fue ayer, y mucho menos, anteayer.

No sé cuanto he escrito sobre esto. Sólo sé que lágrimas ya no salen hace mucho tiempo, lo que no sé si efectivamente es un buen síntoma, porque al final, las lágrimas limpian aunque sea en algo la borra que quedó de un amor. Obviamente hablo de una mujer, como a su vez otro hablará de otra mujer o de un hombre, y viceversa. Del contexto, recuerdo que era un Festival de Viña y que Pampita ese año salió Reina. La Católica de Garré realizaba la peor campaña en años y, al igual como hoy, parecía que ésta vez la derecha sacaría a uno de sus hijos como Presidente de Chile. Al igual como hoy (con un par de días como margen de error), un viejo amigo del colegio estaba de cumpleaños y lo olvidé porque esa noche sentí que no importaba otra cosa que el infierno estaba por llegar, aunque mirando hacia atrás, el infierno nunca existió.

Casi tres semanas después, una serie de bombas en Madrid repitieron la misma historia de horror que pasó en Nueva York a poco menos de tres años de distancia. Básicamente, salvo excepciones como las descritas, pasaban cosas parecidas a las que a diario pasan en este mundo. Pero para mí, todo era distinto y pocas cosas importaban, aunque la vida seguía su curso y de manera pudorosa y comprensiva, ésta respetaba tu egoísmo disfrazado de dolor (o viceversa) por no ver más allá.

Es la vieja historia de siempre, que empezó con el hombre y terminará con la posguerra de la Cuarta Guerra Mundial que imaginó alguna vez Albert Einstein (el fin del hombre). Se trata simplemente de cuando el amor deja de ser hermoso y puede llegar a ser motivo de una borrachera, locura, materia de caso policial o clínico y eventualmente un motivo de consulta que la Isapre hará lo posible por no reembolsar. Es lo que viene después del desamor; el paso del tiempo y el olvido.

Puedo decir que hace bastante rato superé lo fundamental: la vida siguió y yo con ella. Hace mucho tiempo que no duermo mal por eso (sí por una borrachera o por comer más leseras de lo aconsejable). No me volví loco ni vagué sin destino por la línea de un tren. Como no tenía un puente sobre el Sena desde el cual arrojarme, sino sólo una estructura sobre el Marga-Marga o el Mapocho, ésta alternativa no resultó viable. Como no tenía un buen plan de celular y llamar desde la casa salía más caro hace cinco años que hoy, tampoco pude decir lo que se supone tenía que decir (aunque en el fondo, cuando una historia se acaba, no tienes nada que decir aunque lo sientas todo por decir).Decir las cosas por mail no era buen camino y, gracias a Dios, no existía Facebook en aquellos días.

Pero algo pasó con el olvido. En un comienzo era terrible, cada cosa tenía a ella por recuerdo, las lágrimas parecían no secarse con nada, uno sabía que tenía que hacer las cosas de todos los días porque si no te ibas a la punta del cerro. Cualquier minuto de relajo y volvían los recuerdos, especialmente recordándote que esa sensación, alguna vez calificada de amor, ya no estaba. Estaba la ilusión de volver a empezar, por más que en el fondo se sentía que esto era un camino sin retorno. Después pasaba el tiempo, pero seguía allí. No necesariamente tiene que ver con una presencia física. Eso se soluciona fácilmente cambiando de las calles por donde uno anda, los lugares en común, de amigos (no fue necesario en mi caso), de ciudad. No hay que olvidar que cambiar, en el fondo, no es tan difícil.

Cuando las lágrimas desaparecen, te das cuenta que la pena dejó de fluir, aún cuando no te haya dejado del todo. Te das cuenta que los momentos lindos son recuerdos, tan lejanos pero a veces añorados, lo que si te pilla mal parado eso se puede confundir con que el amor persiste. Hay cosas que te desarman, como encontrarte con ella mucho tiempo después, por azar, en un lugar que ella no debía de estar, siguiendo esa lógica tan absurda con lo que uno explica el devenir del propio presente.

Más de un amigo o amiga simplemente sonríe y dice que me deje de joder si cuento parte de esta historia. Búscate una mina y cosas de estilo. Más de uno insinúa hacerte gancho con alguien, aunque si yo fuera amigo mío no me presentaría a nadie (por suerte, por lo general los amigos le quieren a uno más que uno a sí mismo). Algún otro me dice que vuelva a buscarla, pero el tiempo por algo siempre pasa. Mal que mal enamorarse no es algo tan automático, aunque por algún lado se debiera partir. Es raro, pero incluso si piensas en otra persona, de alguna forma ella está allí y aparece.

Es extraño el olvido. Si existiese un format c: para uno, quizá las cosas serían más fáciles. Pero algo perdería si uno funcionara así. Pareciera ser que la cohabitación es inevitable, que esas cosas son más bien del acervo de la propia vida, aquello que uno sabe que el otro tiene pero del que no es necesario saber más detalles. Lo mismo ocurre con los ¿Por qué pasó? ¿Qué hago ahora? o aquel inevitable masoquismo que acompaña todo fin de amor.

¿Qué fue de ella? Esa pregunta da igual. Está bien. Por cierto no hay mail, dirección ni teléfono de contacto. Nada más importa, lo hermoso tiende a quedarse y lo feo, bueno, a dejarlo igual como recuerdo, pero en un baúl oxidado y feo ubicado en alguna parte del ático del cerebro (aún cuando siempre hay una odiosa sinapsis que ordena ese rincón). Hay días en que creo echarla de menos, aunque en el fondo es simplemente que el amor lo relacionas con la cara de quien ha sido para uno, por ahora, el amor. Hoy es más importante el cumpleaños de mi amigo y saludarlo, cosa que nuevamente olvidé. Pero al mismo tiempo, me doy cuenta que el dinosaurio de repente aparece por ahí.

Lecturas de playa

Febrero (partiendo de la base que se está en vacaciones) es algo así como una página en blanco. Aunque las vacaciones casi acaban, aún tienen ese sabor que sólo lo da la desconexión, que sólo lo puede dar un lugar como todavía lo es hoy Maitencillo, antes que el diente de las inmobiliarias – ya autorizadas por la mala copia local de un Sabat cualquiera- comiencen a destruirlo. Es un lugar que carece del rancio esnobismo de la mal llamada aristocracia criolla, aquella que, pocos kilómetros más hacia el norte, vuelve a reunirse en su veraneo dónde sólo caben ella y sus hijos (por eso la venganza del entonces joven Yarur hace unas décadas fue quizás la más dulce).  Tampoco es un lugar de reunión de un progresismo cada vez más lejano al pueblo – que rara suena esa palabra- y más cercana a esa entelequia llamada postmodernismo, como tampoco se acerca a jornadas playeras con la sandía, el pollo asado del día anterior como merienda y el melón con vino en caja como bajativo. Es un lugar donde, en teoría caben todos, aunque a diferencia del Metro de Santiago, estar acá sale harto más caro. Tener espacio y desconectarse, lamentablemente no es gratis (a menos que vengas subsidiado, como lo es mi caso).     

Ahora que está cada más cercana hora del regreso a Santiago, tengo la certeza que no hice lo que pensé en hacer, aunque en el fondo, nunca lo tuve demasiado claro. Sin embargo, lo principal, que es desconectarse, sí lo logré hacer en buena parte. Horas sin reloj ni canal de televisión que sintonizara en el viejo televisor blanco y negro (MEGA no cuenta); alguna película en el computador por ahí y una novela que contra mis pronósticos, me ha costado mucho leer. Este último detalle es, sin duda, bastante triste.

 El problema no va en la novela, que es muy buena, sino en el lector –o sea, yo. No va en que sea un mamotreto de 500 o más páginas. Cada vez descubro que me cuesta cada vez leer ficción, en especial si la trama requiere un poco más de abstracción. No es tanto en la densidad de un texto, o en la presencia de párrafos eternos que podrían decir poco o nada. Es la ficción, una historia. Usando al inglés para explicarlo, vendría a ser la diferencia entre story y history.

Esta diferencia es difícil de explicar. La razón es simple: esta novela, cuyo nombre y autora no diré mientras no la termine para no crearle una fama inmerecida, habla de temas que siempre me gustaron.  Por eso mejor hablaré de otro mamotreto, que sí terminé una vez que las vacaciones comenzaron a correr (pero no una desconexión, pues andaba terminando trámites que sólo se hacen cuando uno no va a la oficina): Argentinos, tomo II, de Jorge Lanata.

Un par de palabras respecto al autor: Lanata es un periodista argentino, que hace uno años fundó el Página 12, un buen diario, como suelen ser los diarios argentinos, cuya dirección dejó hace más de una década. Actualmente es director de Crónica (o Crítica), un diario electrónico  que vendría a ser algo así como su último proyecto. Es un tipo que suele tener ideas y ganas de expresarlas masivamente de alguna forma. Es puntudo sin tener la necesidad de decir huevadas, un tipo del cual uno podría decir con cierto orgullo que es un colega, aunque Lanata pareciera haber estado inmune de los vicios adquiridos al pasar por una escuela universitaria de periodismo (o en su defecto, si efectivamente pasó por una de ellas, los reemplazó por el sentido común).

“Argentinos” abarca la presidencia de Hipólito Yrigoyen y finaliza con la caída de Fernando De la Rúa, en lo que hoy asombrosamente se ve como un lejano diciembre de 2001. Entremedio, está la fascinante historia argentina de la segunda mitad –en realidad desde los años 40’- adjetivo que sólo es posible si se es vista desde una lejanía que sólo da el leer la historia de un país que no es el mío, pero desde una pequeña dosis de cercanía que da el ser vecinos y tener algún lazo con los argentinos, como vendría siendo como el tener familia a orillas del río Paraná.

Es la crónica de un país que, da respuestas (y sobre todo nuevas preguntas) a la frase de Mario Vargas Llosa, cuando se jodió Perú (Argentina en este caso). La era de los militares haciendo golpes, inagurada en la década de los 30’ es un punto de partida, pero con antecedentes previos que Lanata sitúa al menos 15 años antes.  La aparición de Perón, y sobre todo del peronismo, aceleró el desmoronamiento del cascarón del viejo granero de América, que termina por corroerse con la mal llamada Revolución Argentina de Onganía y con el Proceso de las Juntas Militares.

Un proceso que, después de la caída de la dictadura símbolo del Cono Sur (hay que decir que la dictadura chilena no deja de tener méritos de pelear este dudoso puesto) la democracia no ha logrado subsanar, con una Argentina cada día más cercana al tercer mundo del cual alguna vez su pasado glorioso se jactó no pertenecer. Este libro nos invita a no comprarnos los viejos mitos, como el señalado en la línea y párrafo anterior y quizá la constatación de ello es parte de lo que aporte este libro.

El gran aporte de este libro es que traduce esta compleja historia a un público que no necesariamente es un gran conocedor de la historia argentina. Dividida en pequeños episodios, contados de una manera amena y breve, va relatando distintos hitos. De esta manera hechos como la caída de Yrigoyen, la llegada de Perón, el golpe de 1955, el Cordobazo, los Montoneros, el ERP, la masacre de Trelew, El Proceso, el plan Austral, el menemismo, etcétera, son temas fáciles de acceder. De ahí que sea el punto de partida (si fuese necesario) a la historia más “seria” y formal (de esas con título de ensayo y nota al pie), se puede hacer de una manera más fácil. Lo otro bueno es el precio, $4990 en las librerías TXT, una de las cosas buenas de que se descubren cuando se da una vuelta por Santiago. 

domingo, 15 de febrero de 2009

Blog paralelo

El siguiente es otro blog. En realidad, es el mismo, con las mismas cosas, y a éste, le tengo algo más de cariño. La única diferencia, es que a este nuevo le añadí la opción de hacer comentarios, lo que nunca supe habilitar acá. 

Películas de Verano

Lo mejor de salir de vacaciones es simplemente poder decir, salí de vacaciones y saber que te quedan algo más de dos días para volver. No es que se haga algo demasiado nuevo. Es cierto, se puede dormir más, no se ve el correo electrónico si no se quiere. Tampoco se contesta el celular, uno aprovecha de hacer cosas que no haría –ir al médico, por ejemplo-. Si uno planificara las cosas, sería un buen minuto para cambiarse de casa o tomarse un examen médico, pero lo que hay que planificar, no se hace.

También se sale fuera, lo que significa algo así como que sería algo como un lugar en la costa o en algún lago. Un sitio donde no se tome metro, se coma bien. Todo eso es cierto, pero no necesariamente es tan así.  Como nunca llamo por celular, no recibo muchas llamadas, así que la famosa desconexión del celular no llega por las vacaciones sino simplemente por apretado. Puedo tener la certeza que está prendido y que no sonará. Recién en unas horas estaré unos días en una playa, vacaciones con familia, y sé que no me desconectaré mucho más que acá.

Con seguridad no habrá algún romance de verano, no por nada esas cosas pasan entre los 18 y los 24, generalmente. Como leo más que el promedio –lo que no significa que sea mucho-, la lectura no es un descanso. Además que el que leer pueda ser en algo parte de la pega hace que cueste un poco más leer cosas más ficticias como una novela. A falta de eso, están las películas.

Por cortesía de BitComet y banda ancha a disposición por un par de fines de semana y estos breves días de vacaciones que han transcurridos, pude adelantarme una vez más a Cine Hoyts y acceder a películas sin pagar el ticket. Ok, no es algo de lo cual enorgullecerse, pero hay que tener algún pecado del que arrepentirse.

En el listado y listas para ser puestas en BS Player están “Vicky, Cristina, Barcelona”, ”In Bruges”, “The Reader”, “Che, el argentino”, “Maradona” (Emir Kusturica), “Stauffenberg” y si BitComet chicotea los caracoles, “Der Baader-Meinhof Komplex”. Pero como suele suceder con los libros, hay más películas acumuladas que las vistas. Pero aquí va un breve resumen.

“Vicky, Cristina, Barcelona”, de Woody Allen, si bien no es la mejor que ha hecho (una frase que por desgracia suena a muletilla) es una de las notables de Scarlett Johansson. Ello tampoco es para alegrarse, porque si bien es una gran y hermosa actriz, últimamente está teniendo el problema que últimamente sus papeles suelen ser ella misma en pantalla. No sé si es tan malo, de hecho basta recordar “Perdidos en Tokio” para darse por pagado. El único drama es que la línea de crédito no es eterna.

“Che, el argentino” obviamente es sobre el Che Guevara, en un período que abarca entre el desastroso desembarco en 1956 hasta la conquista de Santa Clara y el inminente ingreso a La Habana. Es una película casi de aventuras. De hecho, si le cambiáramos el nombre a uno de los hinchas más connotados de Central, junto a Fito Páez y Fontanarrosa, y si en vez de Fulgencio Batista el malo fuesen los nazis buscando el grial, no habría demasiada diferencia con Indiana Jones. El problema es que, fragmentos de la película recuerdan que la película es sobre Guevara y no sobre el bueno de Indiana y pese a su estrucutra, no puede ser una película de aventuras, sino algo más.

Stauffenberg, es una versión alemana de la Operación Valkyria, filmada cerca del 2004. La ví en el cable, por allá en el 2007. Cae, al igual que Che, en presentar hechos bien complejos como películas de acción. El tema es que son películas y no ensayos, y por eso cumplen. No he visto la versión de Cruise, pero las últimas veces que he visto sus películas no me ha dejado demasiado. Por eso, ver a Sebastian Koch (el poeta vigilado en “La vida de los otros”) como el coronel Stauffenberg vale la pena recomendarlo.

lunes, 26 de enero de 2009

Crónica fallida de una obra de teatro.

Ir al teatro es algo que uno podría decir a cualquier persona con orgullo. Por el contrario, ir a un café con piernas, es de aquellas cosas que no se deben de reconocer tan abiertamente. Durante Enero, ambas actividades son una importante alternativa para hacer algo más llevadero el pesado primer mes del año en esta ciudad.
En relación a los cafés con piernas, no me di una vuelta por alguno de estos locales enclavados en algunas de estas galerías del centro, por razones que van desde que quedé corto de plata antes de tiempo a que simplemente no me gustan ese tipo de cafés donde lo único ridículo es pedirle a la mesera un café expreso. (Eso que no se me ocurre pedir un cortado). Por lo tanto, nuevamente no fue una alternativa capear este pesado sol veraniego abriendo alguna de estas puertas de vidrios color negro.
Sin minuto millonario de por medio que salvara el cada vez más largo tiempo de espera a unas vacaciones más que anheladas (no sé si merecidas), quedaba el teatro. Pero “Santiago a mil” pasó tan rápido que ni siquiera me di cuenta que ya acabó. A mí me encanta el teatro, pero nunca he ido mucho. Sí puedo decir que he ido por sobre el promedio, lo que en realidad es sólo un eufemismo para evitar reconocer con vergüenza que voy poco, apoyándome en el hecho que la mayor parte de la gente no va al teatro.
Ir al teatro es una invitación “tipo Café Vinilo” o “Lastarria”. Es decir, un lugar que es como una sandía calada si se anda en un plan de conquista y que éste tenga algo de estilo y probabilidad de éxito. Pero como siempre es más fácil la teoría que la práctica, no ha sido un recurso muy exitoso que digamos. Una vez derivó en una potencial polola que nunca resultó, gracias a Dios, y la otra vez ya estaba con polola, así que no cuenta (además la obra era gratis y repetida: la Negra Ester, en el Muelle Prat).
Así estaba en este último fin de semana de enero, hasta que por casualidad fui a una obra de teatro. Sin polola ni plan de conquista, y acompañado sólo de mis hermanas, fui a ver una de estas obras del “Santiago a mil” que resultó ser gratis. Se llamaba “El exiliado Mateluna”, de Óscar Castro, y se inserta dentro de una serie de cuatro montajes planificados cuando Castro estuvo preso en los 70’, en plena dictadura militar. El lugar donde se presentaba era la ex Villa Grimaldi, lugar que por cierto no necesito dar reseña acerca de qué fue. El montaje y los diálogos que alcancé a percibir, eran de una potencia propia del tema.
El resultado de mi experiencia en este “Santiago a Mil” fue un desastre. El problema no fue la obra. Fui yo. Esto que suena a recurso de fin de relación amorosa, resultó ser la simple verdad. Estaba con sueño, tras llegar a Santiago esa mañana después de un viaje flash a Viña el día anterior. Como toda obra gratis, había más gente que sillas, por lo que el pasto resultó ser la butaca posible. De espectadores, mucha gente. Varios que debían haber estado presos en Villa Grimaldi, más hijos, sobrinos o nietos. Bastante pelolais con pinta de izquierda (del tipo comuna de La Reina), algunos actores y actrices, incluyendo a la actriz que, viéndola en vivo y en directo, debe ser la más hermosa de este país: Emilia Noguera, la hija menor de Héctor Noguera, quien también estaba ahí (ver teleseries sirve para esto).
Mientras esperaba la obra, que por supuesto se inició con retraso, más gente comenzó a ubicarse incluso a mis espaldas. Hasta que comenzó, pero también las piernas comenzaron a dormirse. Atrás mío se sentó un adolescente con un gran problema físico y mental, cuyo único lenguaje eran unos ruidos guturales que llegaban directamente a mi oído izquierdo. Tras veinte minutos, comprendí que no iba a vomitar encima mío, sino que era el único modo del pobre tipo de expresar algo, además de las pataditas que obviamente no eran a propósito. Por lo tanto, como obviamente no podía decirle que se callara o dejara de pegar patadas (seré bestia, pero nunca tanto), o me hacía el leso o salía de allí.
Así, entre el ahogo, las piernas dormidas y una amenaza de vómito que no se iba a cumplir, decidí que no iba a poder ver la obra, aunque mis ojos la miraran y mis oídos la escucharan. Me paré, comencé a caminar por el parque y a fumar. Me costaba, también asimilar que estaba viendo teatro en la Villa Grimaldi. Se parece un poco aquella sensación que me ocurre cuando voy al Estadio Nacional, pero a una escala distinta.
El problema es que este parque no era cualquier parque. Es cierto, es un parque hermoso y cuidado. Pero era un centro de tortura, un lugar donde quizá cuanta gente murió, sin contar aquellos que sobrevivieron pero quedaron muertos y aquellos que lograron sobrevivir y no sé cómo, siguieron viviendo. En este parque, como en todos los parques, juegan los niños. Es un lugar que, cuando crezcan, tomarán cerveza, se fumarán quizá su primer pito. En sus pastos harán lo que hacen con sus polola(o)s cuando cierran la puerta de sus dormitorios para escuchar música o ver tele, hasta que los padres, que saben que no están escuchando música ni viendo tele, golpeen la puerta sin abrirla diciendo que está lista la once. ¿Pensarán que no están en cualquier parque? ¿Tendrían acaso que hacerlo? Si es un parque tan distinto, ¿debiera tener la vida que tienen los parques? ¿o debiera ser, sin más ni menos, sólo un lugar donde los silencios no sólo hablan, sino que dicen demasiado? ¿No sería eso simplemente un cementerio?
Pensé que mejor debía volver a ver la obra y dejar de fumar –tabaco por si acaso- por ese rato. Así volví a ver la obra. El único problema es que no sabía que eran sus últimos cinco minutos. Aplaudí sin saber mucho por qué. Escuché sobre lo hermosa que era esta obra de Óscar Castro, mientras lo único hermoso que recordé esa noche, fue a Emilia Noguera. Esa noche de sábado, como más de un sábado de hace algún tiempo hasta hoy, llegué rápido al sobre. Cómo duermo cansado, esa noche no soñé nada de lo que pensé mientras caminé por la Villa Grimaldi. Aunque como ley pareja no es dura, tampoco soñé con Emilia Noguera.