jueves, 11 de septiembre de 2008

Un día de cajón


Perder por tres goles produce un efecto parecido que golear por cuatro, que es perder la proporción de las cosas. Pérdida de la razón que, dada la jornada de eliminatoria que acabamos de vivir en el Nacional de Santiago, es más que comprensible, porque gritar un gol no es para razonar. Prescindiendo de las dos estocadas de Luiz Fabiano y la el golazo de Robinho, ejercicio dudoso de poder realizar, la derrota con Brasil, aunque se contara dentro de los cálculos en el camino a Sudáfrica 2010, fue muy dolorosa, por motivos ya explicados.
Entre ellos, insistí en la comparación del tres cero con Paraguay, y en que fue un marcador raro. Si bien negar la superioridad de Brasil es de idiotas, creo que la derrota por tres goles de diferencia no fue la misma, también de tres goles de diferencia, en la primera fase de la Copa América de hace un año. Un equipo que pese a tener varios jugadores en común, es distinto.
Por eso, la victoria de hoy sobre Colombia era necesaria, no sólo por los puntos, sino por confirmar en goles y resultado, lo que se vio en pinceladas en las derrotas ante Paraguay y Brasil: un Chile que por pinceladas, ataca y no especula, con algo de ingenuidad y no poca convicción. El buen camino sigue claro, justo cuando comenzaban a reaparecer los Bonvallet, la polémica chanta, esta vez con Sanhueza como tonto útil.
Chile se vio distinto, algo más calmado pero con la calculadora dejada en casa y dedicado sólo a jugar. Esa misma línea, de atacar e ir de frente a los partidos, no confundir buscar el arco con ir a tontas ni a locas, ni confundir jugar con garra con hacer estupideces. Obviamente, en algunos partidos se nota más que en otros, pero en derrota, victoria o empate, se nota una idea a seguir.
La búsqueda de puntos y goles más o menos, en una eliminatoria como la sudamericana, nubla el panorama, como esos árboles que no dejan ver el bosque. La lluvia previa al partido puso paños fríos a la ansiedad provocada por la derrota del domingo. Como un síntoma de una noche a la que estamos pocos acostumbrados, un pequeño arcoíris apareció sobre el costado oriente del estadio, con un cielo esclarecido y un color de atardecer que sólo es posible de ver en Santiago cuando acaba de llover.
Así fue, pero no porque las estrellas esta noche se vieran más claras o algún conjuro. Tampoco un problema sicológico del equipo, sino simplemente frutos de un trabajo constante, que termina por rendir (aunque siempre hay que corregir y aprender). Chile formó prácticamente con el mismo equipo que perdió ante Brasil. Las excepciones fue el ingreso de Chupalla Fuentes en la defensa, el regreso de Estrada al mediocampo y el ingreso de Cereceda por Droguett. Reaparecieron los que debían aparecer: Medel, Estrada, Fernández, Suazo, etcétera. Nada más, ni menos. La sana y dulce revancha
En el fútbol, salvo la champa de pasto que desvíe un tiro, el error imprevisible, el penal caído del cielo (o de la mano de un árbitro amigo) o imponderables de esos, no hay improvisaciones, sino trabajo bien hecho, el que tarde o temprano se nota. Lástima por un lado que haya sido Colombia el bálsamo de nuestras heridas provocadas por el Scratch, porque es un equipo serio y que sin ser el cuco en persona, venía bien hasta antes de esta fecha. Pero cayó de cajón porque la actuación fue ante un buen equipo y por los puntos. Un equipo que no debiera derrumbarse como las imágenes del cuco en persona, (la Venezuela de Junio) o el Brasil tipo Andorra de hace cuatro días antes de esa fecha), levantada por diarios, radios y canales. Criaturas de las que, por cierto, renegaron paternidad apenas se volvieron impresentables. Pero eso es cuento viejo
Colombia, hasta el primer gol, y especialmente hasta el segundo, no fue un regalo de Dios por el Mes de la Patria o una especie de analgésico por las vísperas de un 11 de Septiembre. Podría incluso, haber hecho el gol antes que el marcador abierto por Jara , pero Chile, en las vísperas de una jornada donde salen año a año viejos fantasmas de su historia chilena y en un lugar donde nacieron muchos de ellos, supo en el fútbol alejar por una noche sus propios fantasmas y lograr lo que necesitábamos con urgencia: ganar de esta forma.