domingo, 22 de febrero de 2009

Al despertar, el dinosaurio seguía allí.

Éste es un tema del que no sé el final, porque no sé si terminó. Si bien podría decirse que comenzó hace casi exactamente cinco años, no sé si en realidad comenzó allí. Un tema que, en realidad, no sé bien su proceso. Sólo sé que está allí, y tengo mis dudas sí algún día dejará de estarlo. A lo mejor va a ser como ese dinosaurio de Monterroso, pero a diferencia de su cuenta, ya no estará allí. Pero hoy, eso no sucedió. Como no fue ayer, y mucho menos, anteayer.

No sé cuanto he escrito sobre esto. Sólo sé que lágrimas ya no salen hace mucho tiempo, lo que no sé si efectivamente es un buen síntoma, porque al final, las lágrimas limpian aunque sea en algo la borra que quedó de un amor. Obviamente hablo de una mujer, como a su vez otro hablará de otra mujer o de un hombre, y viceversa. Del contexto, recuerdo que era un Festival de Viña y que Pampita ese año salió Reina. La Católica de Garré realizaba la peor campaña en años y, al igual como hoy, parecía que ésta vez la derecha sacaría a uno de sus hijos como Presidente de Chile. Al igual como hoy (con un par de días como margen de error), un viejo amigo del colegio estaba de cumpleaños y lo olvidé porque esa noche sentí que no importaba otra cosa que el infierno estaba por llegar, aunque mirando hacia atrás, el infierno nunca existió.

Casi tres semanas después, una serie de bombas en Madrid repitieron la misma historia de horror que pasó en Nueva York a poco menos de tres años de distancia. Básicamente, salvo excepciones como las descritas, pasaban cosas parecidas a las que a diario pasan en este mundo. Pero para mí, todo era distinto y pocas cosas importaban, aunque la vida seguía su curso y de manera pudorosa y comprensiva, ésta respetaba tu egoísmo disfrazado de dolor (o viceversa) por no ver más allá.

Es la vieja historia de siempre, que empezó con el hombre y terminará con la posguerra de la Cuarta Guerra Mundial que imaginó alguna vez Albert Einstein (el fin del hombre). Se trata simplemente de cuando el amor deja de ser hermoso y puede llegar a ser motivo de una borrachera, locura, materia de caso policial o clínico y eventualmente un motivo de consulta que la Isapre hará lo posible por no reembolsar. Es lo que viene después del desamor; el paso del tiempo y el olvido.

Puedo decir que hace bastante rato superé lo fundamental: la vida siguió y yo con ella. Hace mucho tiempo que no duermo mal por eso (sí por una borrachera o por comer más leseras de lo aconsejable). No me volví loco ni vagué sin destino por la línea de un tren. Como no tenía un puente sobre el Sena desde el cual arrojarme, sino sólo una estructura sobre el Marga-Marga o el Mapocho, ésta alternativa no resultó viable. Como no tenía un buen plan de celular y llamar desde la casa salía más caro hace cinco años que hoy, tampoco pude decir lo que se supone tenía que decir (aunque en el fondo, cuando una historia se acaba, no tienes nada que decir aunque lo sientas todo por decir).Decir las cosas por mail no era buen camino y, gracias a Dios, no existía Facebook en aquellos días.

Pero algo pasó con el olvido. En un comienzo era terrible, cada cosa tenía a ella por recuerdo, las lágrimas parecían no secarse con nada, uno sabía que tenía que hacer las cosas de todos los días porque si no te ibas a la punta del cerro. Cualquier minuto de relajo y volvían los recuerdos, especialmente recordándote que esa sensación, alguna vez calificada de amor, ya no estaba. Estaba la ilusión de volver a empezar, por más que en el fondo se sentía que esto era un camino sin retorno. Después pasaba el tiempo, pero seguía allí. No necesariamente tiene que ver con una presencia física. Eso se soluciona fácilmente cambiando de las calles por donde uno anda, los lugares en común, de amigos (no fue necesario en mi caso), de ciudad. No hay que olvidar que cambiar, en el fondo, no es tan difícil.

Cuando las lágrimas desaparecen, te das cuenta que la pena dejó de fluir, aún cuando no te haya dejado del todo. Te das cuenta que los momentos lindos son recuerdos, tan lejanos pero a veces añorados, lo que si te pilla mal parado eso se puede confundir con que el amor persiste. Hay cosas que te desarman, como encontrarte con ella mucho tiempo después, por azar, en un lugar que ella no debía de estar, siguiendo esa lógica tan absurda con lo que uno explica el devenir del propio presente.

Más de un amigo o amiga simplemente sonríe y dice que me deje de joder si cuento parte de esta historia. Búscate una mina y cosas de estilo. Más de uno insinúa hacerte gancho con alguien, aunque si yo fuera amigo mío no me presentaría a nadie (por suerte, por lo general los amigos le quieren a uno más que uno a sí mismo). Algún otro me dice que vuelva a buscarla, pero el tiempo por algo siempre pasa. Mal que mal enamorarse no es algo tan automático, aunque por algún lado se debiera partir. Es raro, pero incluso si piensas en otra persona, de alguna forma ella está allí y aparece.

Es extraño el olvido. Si existiese un format c: para uno, quizá las cosas serían más fáciles. Pero algo perdería si uno funcionara así. Pareciera ser que la cohabitación es inevitable, que esas cosas son más bien del acervo de la propia vida, aquello que uno sabe que el otro tiene pero del que no es necesario saber más detalles. Lo mismo ocurre con los ¿Por qué pasó? ¿Qué hago ahora? o aquel inevitable masoquismo que acompaña todo fin de amor.

¿Qué fue de ella? Esa pregunta da igual. Está bien. Por cierto no hay mail, dirección ni teléfono de contacto. Nada más importa, lo hermoso tiende a quedarse y lo feo, bueno, a dejarlo igual como recuerdo, pero en un baúl oxidado y feo ubicado en alguna parte del ático del cerebro (aún cuando siempre hay una odiosa sinapsis que ordena ese rincón). Hay días en que creo echarla de menos, aunque en el fondo es simplemente que el amor lo relacionas con la cara de quien ha sido para uno, por ahora, el amor. Hoy es más importante el cumpleaños de mi amigo y saludarlo, cosa que nuevamente olvidé. Pero al mismo tiempo, me doy cuenta que el dinosaurio de repente aparece por ahí.

Lecturas de playa

Febrero (partiendo de la base que se está en vacaciones) es algo así como una página en blanco. Aunque las vacaciones casi acaban, aún tienen ese sabor que sólo lo da la desconexión, que sólo lo puede dar un lugar como todavía lo es hoy Maitencillo, antes que el diente de las inmobiliarias – ya autorizadas por la mala copia local de un Sabat cualquiera- comiencen a destruirlo. Es un lugar que carece del rancio esnobismo de la mal llamada aristocracia criolla, aquella que, pocos kilómetros más hacia el norte, vuelve a reunirse en su veraneo dónde sólo caben ella y sus hijos (por eso la venganza del entonces joven Yarur hace unas décadas fue quizás la más dulce).  Tampoco es un lugar de reunión de un progresismo cada vez más lejano al pueblo – que rara suena esa palabra- y más cercana a esa entelequia llamada postmodernismo, como tampoco se acerca a jornadas playeras con la sandía, el pollo asado del día anterior como merienda y el melón con vino en caja como bajativo. Es un lugar donde, en teoría caben todos, aunque a diferencia del Metro de Santiago, estar acá sale harto más caro. Tener espacio y desconectarse, lamentablemente no es gratis (a menos que vengas subsidiado, como lo es mi caso).     

Ahora que está cada más cercana hora del regreso a Santiago, tengo la certeza que no hice lo que pensé en hacer, aunque en el fondo, nunca lo tuve demasiado claro. Sin embargo, lo principal, que es desconectarse, sí lo logré hacer en buena parte. Horas sin reloj ni canal de televisión que sintonizara en el viejo televisor blanco y negro (MEGA no cuenta); alguna película en el computador por ahí y una novela que contra mis pronósticos, me ha costado mucho leer. Este último detalle es, sin duda, bastante triste.

 El problema no va en la novela, que es muy buena, sino en el lector –o sea, yo. No va en que sea un mamotreto de 500 o más páginas. Cada vez descubro que me cuesta cada vez leer ficción, en especial si la trama requiere un poco más de abstracción. No es tanto en la densidad de un texto, o en la presencia de párrafos eternos que podrían decir poco o nada. Es la ficción, una historia. Usando al inglés para explicarlo, vendría a ser la diferencia entre story y history.

Esta diferencia es difícil de explicar. La razón es simple: esta novela, cuyo nombre y autora no diré mientras no la termine para no crearle una fama inmerecida, habla de temas que siempre me gustaron.  Por eso mejor hablaré de otro mamotreto, que sí terminé una vez que las vacaciones comenzaron a correr (pero no una desconexión, pues andaba terminando trámites que sólo se hacen cuando uno no va a la oficina): Argentinos, tomo II, de Jorge Lanata.

Un par de palabras respecto al autor: Lanata es un periodista argentino, que hace uno años fundó el Página 12, un buen diario, como suelen ser los diarios argentinos, cuya dirección dejó hace más de una década. Actualmente es director de Crónica (o Crítica), un diario electrónico  que vendría a ser algo así como su último proyecto. Es un tipo que suele tener ideas y ganas de expresarlas masivamente de alguna forma. Es puntudo sin tener la necesidad de decir huevadas, un tipo del cual uno podría decir con cierto orgullo que es un colega, aunque Lanata pareciera haber estado inmune de los vicios adquiridos al pasar por una escuela universitaria de periodismo (o en su defecto, si efectivamente pasó por una de ellas, los reemplazó por el sentido común).

“Argentinos” abarca la presidencia de Hipólito Yrigoyen y finaliza con la caída de Fernando De la Rúa, en lo que hoy asombrosamente se ve como un lejano diciembre de 2001. Entremedio, está la fascinante historia argentina de la segunda mitad –en realidad desde los años 40’- adjetivo que sólo es posible si se es vista desde una lejanía que sólo da el leer la historia de un país que no es el mío, pero desde una pequeña dosis de cercanía que da el ser vecinos y tener algún lazo con los argentinos, como vendría siendo como el tener familia a orillas del río Paraná.

Es la crónica de un país que, da respuestas (y sobre todo nuevas preguntas) a la frase de Mario Vargas Llosa, cuando se jodió Perú (Argentina en este caso). La era de los militares haciendo golpes, inagurada en la década de los 30’ es un punto de partida, pero con antecedentes previos que Lanata sitúa al menos 15 años antes.  La aparición de Perón, y sobre todo del peronismo, aceleró el desmoronamiento del cascarón del viejo granero de América, que termina por corroerse con la mal llamada Revolución Argentina de Onganía y con el Proceso de las Juntas Militares.

Un proceso que, después de la caída de la dictadura símbolo del Cono Sur (hay que decir que la dictadura chilena no deja de tener méritos de pelear este dudoso puesto) la democracia no ha logrado subsanar, con una Argentina cada día más cercana al tercer mundo del cual alguna vez su pasado glorioso se jactó no pertenecer. Este libro nos invita a no comprarnos los viejos mitos, como el señalado en la línea y párrafo anterior y quizá la constatación de ello es parte de lo que aporte este libro.

El gran aporte de este libro es que traduce esta compleja historia a un público que no necesariamente es un gran conocedor de la historia argentina. Dividida en pequeños episodios, contados de una manera amena y breve, va relatando distintos hitos. De esta manera hechos como la caída de Yrigoyen, la llegada de Perón, el golpe de 1955, el Cordobazo, los Montoneros, el ERP, la masacre de Trelew, El Proceso, el plan Austral, el menemismo, etcétera, son temas fáciles de acceder. De ahí que sea el punto de partida (si fuese necesario) a la historia más “seria” y formal (de esas con título de ensayo y nota al pie), se puede hacer de una manera más fácil. Lo otro bueno es el precio, $4990 en las librerías TXT, una de las cosas buenas de que se descubren cuando se da una vuelta por Santiago. 

domingo, 15 de febrero de 2009

Blog paralelo

El siguiente es otro blog. En realidad, es el mismo, con las mismas cosas, y a éste, le tengo algo más de cariño. La única diferencia, es que a este nuevo le añadí la opción de hacer comentarios, lo que nunca supe habilitar acá. 

Películas de Verano

Lo mejor de salir de vacaciones es simplemente poder decir, salí de vacaciones y saber que te quedan algo más de dos días para volver. No es que se haga algo demasiado nuevo. Es cierto, se puede dormir más, no se ve el correo electrónico si no se quiere. Tampoco se contesta el celular, uno aprovecha de hacer cosas que no haría –ir al médico, por ejemplo-. Si uno planificara las cosas, sería un buen minuto para cambiarse de casa o tomarse un examen médico, pero lo que hay que planificar, no se hace.

También se sale fuera, lo que significa algo así como que sería algo como un lugar en la costa o en algún lago. Un sitio donde no se tome metro, se coma bien. Todo eso es cierto, pero no necesariamente es tan así.  Como nunca llamo por celular, no recibo muchas llamadas, así que la famosa desconexión del celular no llega por las vacaciones sino simplemente por apretado. Puedo tener la certeza que está prendido y que no sonará. Recién en unas horas estaré unos días en una playa, vacaciones con familia, y sé que no me desconectaré mucho más que acá.

Con seguridad no habrá algún romance de verano, no por nada esas cosas pasan entre los 18 y los 24, generalmente. Como leo más que el promedio –lo que no significa que sea mucho-, la lectura no es un descanso. Además que el que leer pueda ser en algo parte de la pega hace que cueste un poco más leer cosas más ficticias como una novela. A falta de eso, están las películas.

Por cortesía de BitComet y banda ancha a disposición por un par de fines de semana y estos breves días de vacaciones que han transcurridos, pude adelantarme una vez más a Cine Hoyts y acceder a películas sin pagar el ticket. Ok, no es algo de lo cual enorgullecerse, pero hay que tener algún pecado del que arrepentirse.

En el listado y listas para ser puestas en BS Player están “Vicky, Cristina, Barcelona”, ”In Bruges”, “The Reader”, “Che, el argentino”, “Maradona” (Emir Kusturica), “Stauffenberg” y si BitComet chicotea los caracoles, “Der Baader-Meinhof Komplex”. Pero como suele suceder con los libros, hay más películas acumuladas que las vistas. Pero aquí va un breve resumen.

“Vicky, Cristina, Barcelona”, de Woody Allen, si bien no es la mejor que ha hecho (una frase que por desgracia suena a muletilla) es una de las notables de Scarlett Johansson. Ello tampoco es para alegrarse, porque si bien es una gran y hermosa actriz, últimamente está teniendo el problema que últimamente sus papeles suelen ser ella misma en pantalla. No sé si es tan malo, de hecho basta recordar “Perdidos en Tokio” para darse por pagado. El único drama es que la línea de crédito no es eterna.

“Che, el argentino” obviamente es sobre el Che Guevara, en un período que abarca entre el desastroso desembarco en 1956 hasta la conquista de Santa Clara y el inminente ingreso a La Habana. Es una película casi de aventuras. De hecho, si le cambiáramos el nombre a uno de los hinchas más connotados de Central, junto a Fito Páez y Fontanarrosa, y si en vez de Fulgencio Batista el malo fuesen los nazis buscando el grial, no habría demasiada diferencia con Indiana Jones. El problema es que, fragmentos de la película recuerdan que la película es sobre Guevara y no sobre el bueno de Indiana y pese a su estrucutra, no puede ser una película de aventuras, sino algo más.

Stauffenberg, es una versión alemana de la Operación Valkyria, filmada cerca del 2004. La ví en el cable, por allá en el 2007. Cae, al igual que Che, en presentar hechos bien complejos como películas de acción. El tema es que son películas y no ensayos, y por eso cumplen. No he visto la versión de Cruise, pero las últimas veces que he visto sus películas no me ha dejado demasiado. Por eso, ver a Sebastian Koch (el poeta vigilado en “La vida de los otros”) como el coronel Stauffenberg vale la pena recomendarlo.