jueves, 23 de octubre de 2008

La cruz de ser cruzado.

De tanto hacerle el quite, finalmente llegó la hora de escribir acerca de pecados inconfesables, de esos que inevitablemente hicioeron todavía hacen sonrojarse. De esos pecados sólo posibles de sostener con idioteces que se dicen y hacen a los quince años, porque hacerlas después te vuelven un imbécil sin remedio. El problema es que ya no tengo quince años, sino que en menos de un año duplicaré esa edad, y el pecado de origen no sólo se sigue cometiendo a diario, sino probablemente me acompañará hasta la tumba.
El peor pecado de un hombre es aquel que tiene la mayor dulzura posible de encontrar en este mundo, como es una mujer. Pero como las mujeres de mi vida han sido menos que los dedos de una mano que no tiene todos sus dedos, queda sólo un amor que no se marchita ni con los años ni en los odiosos encuentros posteriores de antiguos amores convertidos sólo en recuerdos de carne y hueso: el equipo de fútbol. Un equipo de fútbol es como una mujer que te acompaña desde niño a viejo. El problema pasa a ser cuando te equivocas en elegir, porque aún cuando en este caso –el equipo- es posible un divorcio, si cruzas ese Rubicón, te transformas en un hijo de puta para siempre.
Tu equipo es el de tu país, al menos de la tierra en la uno se ha hecho hombre. Te pueden gustar, o ser fan de equipos, que pueden ser mejores y probablemente de otros países, pero tu equipo es sólo uno. Esta poligamia ficticia e inócua respecto a los equipos de fútbol es fácil de explicar. Puedes encontrar de otro mundo a Scarlett Johansson, tener un sueño con Paz Vega del que no quieres despertar, pero mujeres como ésas existen en un universo paralelo (además en mis sueños no están musas como esas, porque son bastante más fomes). En cambio, la mujer por la que puedes soñar despierto puede estar a la vuelta de la esquina, envuelta en el inevitable e irreversible proceso de ver cómo empezó a caer lo que alguna vez estuvo en su lugar, comenzando a desarrollar mañas de vieja de mierda siendo sólo una cabra chica. Cuando sólo es una simple mujer, pero que no sé porqué la ves como una princesa de cuentos, sabiendo que la monarquía es una mierda y la república una virtud.
Por eso te puede dar gusto ver al Barcelona pasar por encima del equipo del franquismo o ver a la Lepra en el suelo, sea en el Gigante de Arroyito o la cubetera del Parque Independencia. El problema está en ése equipo, que es tu equipo. A partir de esto queda claro, que soy es la Católica. Objetivamente, no tengo idea porque soy de la Católica ni por qué no me he cambiado. Tampoco sé cuando empezó todo. La lógica debería indicar que eso es culpa de los padres, pero ésa debe ser una de las pocas cosas que nunca, ni en la imbécil de las juventudes, le critiqué a mi papá.
Viéndolo con sangre fría, la Cato es un club de mierda. Bota a sus jugadores, que terminan odiándolo y jugando por otros clubes, incluso por el Colo o la U sin pudor alguno. En pocos clubes, un ídolo que se retiró allí (Gorosito) termina en tribunales porque los dirigentes buscaron ahorrarse una chaucha de más en el frustrado partido donde el Pipo debía retirarse. Tiene una casa (San Carlos) donde, no puedes hacer cumpleaños porque los vecinos temen que tus invitados de piedra (Colo-Colo especialmente) les meen el antejardín. Un estadio donde más encima tienes que sufrir en Transantiago para llegar. Un equipo que tiene a la hinchada más insoportable y exitista de Chile, y donde a los pocos hinchas fieles los tratan como lumpen, porque vienen desde la ribera norponiente del Mapocho. Donde la mayor visión de futuro de su dirigencia consiste en postergar la salida a la bolsa por temor a la crisis financiera y en hacer corretaje de propiedades con Santa Rosa de las Condes. Donde el estigma del vicecampeonato es tal que hasta para ser vicecampeones, hoy estamos en segundo lugar detrás de… Colo-Colo.
La Cato, pese a todo ello, tiene esos detalles mágicos. La final del 93’, a la que se llegó porque Dios es grande y porque ése era un equipo de hombres, donde Lunari ponía el fútbol, lo que dice mucho, con tipos como Almada o Barrera de delanteros, pero al mismo tiempo con “Charly” Vásquez en su mejor minuto de líbero. Tiene esos equipos que no salen campeones sólo porque Dios (o Carlos Robles) no los quiso, como en 1994. Porque saca del sombrero triunfos inesperados, como ganarle a Boca en 1997, en la Bombonera y con un Maradona, que pese a todo, todavía era Maradona. Pero un club que, al mismo tiempo, muestra indecencias como no ganar un partido en el bolsillo con Corinthians el 2006, perder 0-3 con Huachipato en Santiago o que Audax nos tenga de hijos. Porque si bien la UC termina pariendo a un “Chamuca” Barrera que nunca explotó, saca también del sombrero a un Gary Medel.
La UC, también, fue testigo de mi primera hijoputeada de mi vida, cometida sólo por la inexcusable torpeza de los quince años. No sé porque ni cómo empezó, pero en 1994 hinché por la U. De la boca para afuera, cierto, pero uno es responsable de sus actos, no de lo que sienta para callado. No sé si fue porque encontraba el colegio un antro de cuicos –había mucho hincha de la UC per cápita, lo que puede resultar odioso-, o porque no había un solo chuncho (síndrome Contreras). Pero como la vida castiga, ese año la U salió campeón de la forma en que salió, con Robles expulsando a Gorosito y cobrando un gol más falso que teta de silicona en el clásico decisivo y con aquel regalo desde los doce pasos dado por Imperatore en la última fecha en El Salvador. Ese año, aprendí que la vida castiga. No a palos, pero con dureza.
Por una lección aprendida, consistente en que no se debe jugar con cosas que no tienen repuesto, volví al lugar donde nunca en realidad me fui. Un lugar con más defectos que cualquiera, capaz de albergar lo peor de lo nuestro, pero con la magia de las esporádicas cosas bellas y felices de la vida: la UC. Porque si bien cargamos con el estigma de ser el equipo del barrio alto, el equipo del dictador fue otro y los árbitros no nos regalan campeonatos. Porque pese a todo sus defectos, cuando la UC gana sale crujiente el croissant en Vitacura, pero también la marraqueta se vende con más sabor en Renca. Porque en la vida puede haber más de una o dos mujeres de aquellas, pero equipo sólo hay uno.