jueves, 9 de octubre de 2008

Acerca de la falta de Dios (o el exceso de economistas y colocolinos)

¿En qué se parece un colocolino a un economista? En lo agradable que resulta verlos perder. Esta frase, que suena más a un chiste fallido que a la realidad, es hoy una certeza, dentro de lo poco que se puede ver con humor respecto a la actual crisis financiera. Si uno no escribe en lenguaje de paper, es un poco absurdo hablar de economía. Pero como el mundo está vuelto patas para arriba y las bolsas mundiales andan como mujer despechada en día 14 (o un hombre con una piscola de más) uno puede permitirse hablar de economía sin aproblemarse demasiado.
Por ejemplo, veamos la crisis del 82’, citada como un rescate ejemplar de un sistema bancario casi quebrado, puesto como ejemplo. Es cierto que se salvó, pero el costo pagado fue de aquellos (pagado por el Estado, cosa que los neoliberales nunca les gusta reconocer) Hojeando un “Entre el neoliberalismo y el crecimiento con equidad”, en su edición del 2001, un libro de Ricardo Ffrench-Davies (un chicago boy, pero de los sensatos), el resultado de la crisis bancaria del 82’ es horrible: por ejemplo, el PIB chileno de 1981 cayó de tal manera que recién en 1989 el PIB fue mayor al de 1981 (p.208). En 1982, la deuda externa de Chile llegó a cuatro veces sus exportaciones y representó el 71% del PIB (p.212). O leer el capítulo sobre Corea en “Malestar en la Globalización” de Stiglitz, sobre el beneficio de no hacerle caso cien por ciento al venerado mercado (sin que te tachen de bolchevique en el intento)
Si bien, todo parece indicar que en Chile no estamos en el ojo del huracán, eso puede estar tan cerca de ser cierto como demostrar científicamente la existencia de Dios. La única diferencia es que sólo queda la fe, pero en vez de Dios al cual aferrarse, sólo quedan los economistas y sus pronósticos, hoy más cercanos al horóscopo de tabloide que a la ciencia (en todo caso, no sé que más miedo me da).
Por eso, mejor no hablar de economía, pero sí de los economistas. ¿Qué es un economista? Es una carrera, licenciatura, maestría y doctorado (PhD para los siúticos) por la que, de no mediar una fobia por las matemáticas, habría sido bastante feliz de estudiar. El único problema, es que para ello, o se es brillante o se debe hacer la lenta carrera de la academia (mientras tus compañeros disfrutan de una carrera aún cotizada en esta selva llamada mercado). De haber superado la fobia por la herencia de Pitágoras, probablemente habría estado en el segundo grupo, por huevón más que otra cosa. Entonces, un economista es algo así como un tipo que estudia economía y que, en los últimos años, ocupa mucho fórmulas, ecuaciones y demases para dar explicaciones de los asuntos económicos. Es una rara mezcla: tienen la patudez de los médicos –aunque a diferencia de los galenos, tienen la deferencia se hacerse llamar doctores después de obtener el doctorado-, el ego de un abogado, la charlatanería de un periodista, el amor propio de un artista y la visión del mundo propia de quien sólo quiere estar en uno que no es el suyo.
Además, sí se está en Chile, alguien que es capaz de opinar de economía, política, transportes, gastos de defensa, y ahora, incluso al fútbol (con la moda esa de las S.A., cuyo principal ejemplo es hoy Colo-Colo o la U, cuando salga a la bolsa hasta el burro "Luis Miguel" y lo que queda del estadio de mecano). Es un opinólogo que fundamenta en ecuaciones. Un tipo que puede decir “Juan se tiró un pedo –léase peo- en tu cara” sin que suene la estupidez que realmente es. De esos que opinan de cualquier cosa, pero, ¡ay hay si alguien que no sea economista hable de economía!. Un país donde un economista puede ser ministro hasta de Salud o de Defensa, pero donde un médico o abogado no será ministro de Hacienda o Presidente del Banco Central.
Aunque dé un poco de pudor a estas alturas echarle la culpa de todos los males de esta tierra a Pinochet, en especial después de muerto (pese a que sus años han sido de lo más cercano al infierno en estas tierras), los economistas de hoy son una pesada herencia de aquellos años. Para ser más justos, es el neoliberalismo con fuertes raíces hasta hoy inimaginables (como los colocolinos) El culto por la economía, o los economistas, viene de aquellos años, reforzándose en estos años de la vía chileno al desarrollo. Hoy día, algunas de estas extrañas situaciones, se han vuelto una paradoja.
Por ejemplo, el efecto esque el neoliberalismo incubado en aquellos años, y matices menos, vigente hoy en día, se parece en parte a lo que imaginaba Marx (si alguna vez lo entendí, dentro de lo poco que leí de él): la economía como eje conductor de la sociedad, sobre la política incluso. Otra la da la revista Economist (revista que a la prensa chilena, como una especie de oráculo de Delos, le encanta citar cuando critican a Bachelet), en su edición del 27 de Septiembre, “The doctor’s bill”: el gran objetivo del rescate financiera es evitar una gran depresión que termine por afectar al libre mercado –al estilo de los años 30’- (suena mejor en inglés, pero éste me basta sólo para leer con cierta decencia). Por supuesto, este artículo aún no lo veo traducido en algún diario de la plaza (aunque a lo mejor está). Quien lo diría, que el Estado, el odiado estado, finalmente los salvará de nuevo.
Pero ante la evidencia, los economistas –no todos son para no caricaturizar- reaccionan como colocolinos: no reconocen nada de la embarrada hecha, le echan la culpa a un externo (al Estado que no intervino o no reguló y por supuesto al mercado que resultó no ser tan perfecto, sigue siendo una verdad revelada) y esperan que el mismo Estado los rescate, como lo hicieron los colocolinos pidiéndole limosna a Pinochet para que les terminara el estadio. Y aunque finalmente no hubo chaucha caída desde La Moneda (en temas de plata, se manejaba el general), algo de razón tenía Nelson Pinto al celebrar un gol en el Monumental con la nariz tapada.