lunes, 11 de agosto de 2008

Los putos olímpicos

Cada cuatro años, existe un período que dura aproximadamente tres semanas en los que debiera golpearme el pecho –no a lo Señor de la Querencia- porque en ese minuto, desde 1996 al menos, he tenido la suerte de tener TV Cable: me refiero a los Juegos Olímpicos. No lo digo con gusto, sino con cierta dosis de vergüenza. Es que este tipo de eventos son algo importantes y como está esa siutiquería llamada espíritu olímpico – es más fácil y útil andar por la vida siendo lo más decente posible-, se hace difícil criticarlo. Suena feo decir algo no bonito respecto a los Juegos Olímpicos sin quedar como un troglodita, por pensar que un Mundial de Fútbol es mejor, o un imbécil. Es como venir de donde vengo y decir que me gustan los libros, pero proclamar que leer a García Márquez y todo lo que ello significa, en realidad es una lata espantosa.
Cuesta una enormidad encontrar un concepto que englobe a esta pesadilla, y lo que más se aproxima a ello, da más vergüenza aún, por quien lo dijo y en qué circunstancias lo dijo: los olímpicos “me tienen curco”. Tratando de ser tolerante, no tengo nada contra los otros deportes. Es bueno saber que existen deportes como la gimnasia rítmica, la esgrima, diversas pruebas de ciclismo, voleibol o handball. En el colegio practiqué atletismo y ver en el estadio una posta, los cien metros, el lanzamiento de la jabalina o el salto con garrocha es muy entretenido, pero verlo en televisión, en un concentrado de tres semanas, mata a cualquier cerebro. Aunque el control remoto se detenga en ese veneno.
Ejemplos. Una carrera de 100 metros dura 10 segundos. Se te cae un control remoto o te llaman por teléfono y cagaste, te perdiste todo. O ver el lanzamiento de bala, una lata. O uno empieza a ver el basquetbol, está en lo mejor para que muestren la competencia de waterpolo, un desastre. No creo que la culpa la tengan los deportes, sino la TV y uno mismo como televidente o lector de diarios. Es sulfurante ver o leer tipos hablar de otra cosa que no sea fútbol, como que las bajara la culpa por no pescar demasiado estos otros deportes en los cuatro años previos o quisieran demostrar que no son sólo cabezas de pelota, como si fuera un pecado mortal.
A diferencia de otras versiones, el tormento en su versión 2008 da motivos extras para no quedar como un troglodita recalcitrante: China. Aunque también, es fácil caer en lugares comunes. Uno es el uso político del deporte, algo más viejo que el hilo negro, y donde hubo casos peores como los juegos de Berlín, Moscú o Los Ángeles, el Mundial de Italia en la década del 30’ o Argentina 78’, donde se festejaban los goles de Kempes mientras la dictadura de Videla, una vez terminado el partido, volvía a lo suyo. Otro es la misma China, que a diferencia de la URSS, es el nuevo taller del mundo –como Inglaterra en la Revolución Industrial- y mantiene a EE.UU. a flote, comprándole bonos del Tesoro a destajo.
El COI le dio una oportunidad única de legitimar a un régimen espantoso, que se da el lujo de hacer lo que se le antoja, pero que a diferencia de la Alemania nazi o incluso de la URSS cuando daba algún susto, nadie se le atreve a hacerle un boicot, aunque es cierto que en su minuto, tanto no se hizo. Pero es injusto pedirle al COI que haga lo que el resto del mundo no hizo cuando debió hacerlo. Lo único, al final del día es saber que queda un día menos y rezar para que el monstruo que será China en unas décadas, no pasé de ser una futura pesadilla que es hoy.