viernes, 15 de agosto de 2008

Ciclo olímpico.

Hace un tiempo escribí que a veces ciertos períodos de la vida, de lo que pasó entre ellos, para así evaluar las cosas que ya pasaron allí los clasificaba sobre qué pasó entre Mundial y Mundial (Me refiero al Fútbol, por supuesto. Es que en el caso de otra disciplina, es simplemente un campeonato mundial). Así como los cientistas políticos pueden hablar del período que dura un cierto gobierno o los economistas de un determinado ciclo económico, suelo ocupar el período entre mundiales para hacer balances. Ciertamente no es un modo muy científico para ordenar las ideas, pero es útil.
Pero a veces suceden cosas inesperadas, como simplemente estar un día viernes en cama. Contrario a pseudo principios, vi las Olimpíadas –en estricto rigor el tenis- , me acordé del 2004. Fue un año malo, que comenzó y terminó mal. En febrero de ese año, dejé de estar con la única mujer de la que me he considerado enamorado y la Lepra ganó el Clausura argentino en diciembre. En marzo, la Católica jugó el peor campeonato en años, con Garré en el banco y con el Mago Capria en cualquier lado menos haciendo fútbol, lo que se le ocurrió empezar a hacer el semestre siguiente en Argentina, y más encima, en la Lepra. Por cierto, pasaron cosas más importantes que estos dos hechos, sobre todo el primero, que marcó un año de perros.
Cuando pasa el tiempo, uno hace balances como la gente, y mira las cosas en su justa medida. O mejor dicho, en una medida más razonable. Aún cuando no me he vuelto a enamorar, no era el amor de mi vida –espero-, Newell’s no volvió a salir campeón –aunque Central tampoco-, la Católica sí, y mi vida en muchas comenzó a cambiar. No para mal, no sabría decir si para mejor, pero cambió en muchas cosas y cuatro años, aunque sea una olimpíada, éste es un minuto que sirve para hacer un balance.
Hace casi cuatro años, González perdió la semifinal y pelear por el oro. Terminaba mi tesis – en realidad el trabajo para salir de periodismo que se llamaba así-, y postulé por primera vez a la diplomacia. Escribía artículos de internacionales desde mi casa, me pagaban como cuarenta lucas al mes, lo que me parecía cagón, pero aceptable, lo que bastaba. Acababa de morir mi abuela y de nacer mi sobrino. Un primo muy querido se iba a Londres, a doctorarse, y yo en clases de alemán, con el secreto deseo de no ser un burócrata de cancillería y seguir el mismo camino.
Poco tiempo después me fui a Santiago a empezar un magíster, y allí empezó otra historia, pero que en realidad siempre ha sido la misma. Empecé a estudiar algo que me gustaba bastante más, aunque al final las cosas no son tan bonitas y éstas vuelven a su curso, de altos y bajos. El segundo intentó por ser un burócrata de cancillería, afortunadamente, se volvió a quemar en la puerta del horno. Dentro de ese ir y venir, por allí, encontré un cierto camino, que me permitió estar donde estoy, por Dios gracias lejos del periodismo –al menos no vivir de él-, con hambre aún de aprender y vivir de ello.
Hubo casas varias, piezas varias, y habrán más. En mis actuales nueve metros de soberanía, los papeles se amontonan y allí siempre hay lugar para un buen libro, una película, escribir cosas como éstas. Hay espacios para cosas del pasado, recuerdos, pero también las cosas inconclusas del presente e ideas del futuro. Existe un contrato y aquellas cosas mínimas que en aquel entonces parecían imposibles. Hoy en Santiago por fin llueve, y no sólo porque cae agua del cielo. También caen ideas, recuerdos, el balance, que se gatillaron viendo un partido de tenis, en una Olimpíada y con Solabarrieta de fondo, lo que le da más mérito aún.
Cuatro años después, González pelea el oro, un leproso me devolvió la alegría por ver fútbol, pierdas o ganes. La Católica sigue más menos donde mismo, y uno sigue, pese a que la razón diga lo contrario, allí mismo. Mi primo volvió de Londres y yo no me fui a Berlín, y con un camino, no tan claro a veces, pero una ruta por donde seguir, lo que en un año como fue ese 2004 no permitía ver, pero que mirándolo hoy día, era inevitable. Tal vez incluso, necesario, es que cuando el precio duele, uno se da cuenta de las cosas.