miércoles, 21 de enero de 2009

Es la inscripción estúpido.

Cuando uno dice tonteras, la consecuencia es simple: uno dice tonteras. Cuando se las pone por escrito, si son demasiado evidentes, pueden ser calificadas con una mala nota o ser expuestas a la vergüenza ajena –si se tiene- al correr el riesgo que alguien las deje en evidencia. Si las escribe una pluma respetada de la plaza y se las ordena con una redacción más compleja, de esas con cita a pie de página, se les llama un aporte al debate –que para efectos prácticos no es más que el cuadrilátero, usualmente mediático, donde compiten con las ideas no leseras- . Ahora si se usan números y fórmulas para explicarla, una lesera puede agarrar una fuerza y transformarse como si fueran una virtud, pese a que se esté jugando, como diría Serrat, con cosas que no tienen repuesto.
Una suma de todas ellas, es lo que hemos visto en estos días en torno al voto voluntario. Éste es un tema muy importante, que siendo extremadamente complejo de comprender, es muy bueno que haya salido de los trabajos académicos y sea un tema de contingencia. Pese a que el foco está perdido y que desde el Congreso hay un riesgo importante que salga una bestialidad peor a la existente, como lo es el voto voluntario y la inscripción automática. Es impresionante como una medida tan, pero tan bestialmente mala, tiene tantos adeptos, incluyendo a la Presidenta. Traduciendo esta idea a un castellano simple: soy un partidario del voto obligatorio (y de la inscripción automática).
El voto obligatorio es un tema tipo Aylwin, es decir, una temática en la que es muy difícil tener una buena opinión, porque es un tema complicado de digerir y muy difícil de explicar sin un poco de calma. A mí me costó un par de cursos de Ciencia Política básicos y leerme consciente y críticamente los apuntes (por eso, no entiendo tanto PhD en la materia que habla tanta tontera). Pero que una vez que se entiende bien, es un tema que resulta claro como el agua. Es un tema esencial de la política, que le da vida y que hace tomar posturas de fondo. Ha provocado un debate interesantísimo dentro de cada bancada (ver sesión del Senado a principios de Enero), donde hay posturas a favor y en contra. (Los números, cifras y citas, por favor remítanse a los especialistas con PhD incluido)
Pero lamentablemente, es un tema que sorprende por la cantidad de tonteras que se dicen, en especial porque se plantea como una solución a un diagnóstico muy certero; el continuo envejecimiento del padrón electoral. Partamos. Hay un continuo envejecimiento de la gente que vota, que básicamente se debe a que la gente no se inscribe. Por una cosa lógica, quienes no se han inscrito son quienes con el tiempo han tenido la oportunidad de inscribirse una vez que cumplieron 18 años y no lo han hecho. Un número que ha aumentado al acumularse la gente que en 18 años ha cumplido esa edad y no lo ha hecho. Por lo tanto, correctamente, se concluye que son los jóvenes –quienes tienen hoy entre 18 y 40 años- quienes están ausentes mayoritariamente.
La solución propuesta es por tanto, incentivar a que se inscriban mediante la inscripción automática. Eso es correcto, porque elimina una barrera de entrada que es el trámite de inscribirse, pero que en estricto rigor, es el más corto dentro de una vida de trámites: menos de diez minutos con fila incluida, si se hace con tiempo (como lo es comprar un bono en una Isapre). Y más encima, gratis (como nunca será conseguir un bono de Isapre). Aunque, esto se puede subsanar, en parte, sin hacer una ley, como usar Internet para inscribirse. Estando de acuerdo en la inscripción automática, que es el tema esencial. Lamentablemente, estamos pegados en esta lesera del voto voluntario.
Primero. Con el voto voluntario votarán quienes tienen más conciencia de la importancia de votar (gente con mayor nivel educacional, que en el caso de Chile, son los sectores más acomodados) y, lo que no se ha dicho, votarán aquellos grupos capaces de movilizar a sus votantes (ejemplo: partidos políticos con cierta estructura, juntas de vecinos, asociaciones gremiales, etcétera). Es decir, elitizo aún más al votante chileno. Los paladines del voto voluntario les encanta citar como argumento que la gente votará más, el caso de las elecciones de España en el 2004 y recientemente, Obama. Omiten que esas fueron elecciones históricas, motivadas por circunstancias únicas, de esas una en diez o quince, donde se juega algo clave (como el plebiscito de 1988). Me temo que el caso 2009 no entra en ésta categoría.
Segundo, el voto voluntario supone que busca introducir mayor competencia al hacer más incierto el número de votantes, que oscilaría entre el máximo posible de votantes (total de inscritos) a un número que puede ser, ojo, menor al de hoy. Allí está el punto clave. No asegura más gente votando, que es nuestro gran mal. Hoy, en el actual contexto, con voto voluntario va a votar menos gente, un descenso que se comenzaría a notar quizá no esta elección, sino en la siguiente. La gente que no se ha inscrito, es porque no quiere votar, y con los niveles de descrédito de la política actuales, en buena medida responsabilidad de los políticos, van a dejar de votar muchos de quienes ya están inscritos. Es cosa de escuchar a muchos de quienes estamos inscritos. Error de diagnóstico. La causa porque la gente no se inscriba no tiene que ver con dejar de levantarse más temprano para ir el sábado a un registro (estigmatizando de paso a los jóvenes como flojos) sino porque no cree en la política. Pensar que la solución a ese problema se soluciona evitando un trámite, es como pensar que la Concertación se va a arreglar con las primarias por arte de magia.
Un dato, que es propio de Chile y que no se ha tomado en cuenta, dice que la gente es en extremo desconfiada de otras personas, en niveles que se han mantenido altísimos desde 1990 por lo menos. Ese dato dice, por tanto que los chilenos no les interesa participar más allá de su metro cuadrado y no reemplazan la participación electoral con otros modos vías, como grupos religiosos, scouts, juntas de vecinos, techos para Chile, en fin todas esas cosas (Hay, volvamos a los jóvenes, quienes participan de éstas instancias, pero son una minoría, de esos que salen de cuando en cuando en la Revista El Sábado como futuros líderes). Esta es una gran diferencia con EE.UU., que tienen asociaciones hasta para los amantes del dedo chico del pie, y que es un caso a seguir que a nuestra élite académica le encanta citar (tontera por cierto agudizada por la obamamanía). Es decir hay un problema estructural de Chile que la voluntariedad del voto lo agravará.
Esto es por una cosa básica: si yo no confío en quien tengo al frente, menos lo voy a hacer para organizarme junto a otro, permitiendo mitigar en parte un menor número de votos. Entonces, al disminuir el peso del voto al hacerlo voluntario, se pavimenta el camino para que la voz de un número enorme de chilenos se escuche menos que hoy
Tercero. Al introducir este elemento de incertidumbre a la baja, con el voto voluntario, se olvida un rasgo típico de las campañas en Chile (y probablemente en cualquier parte). Un diputado, por ejemplo, enfoca su esfuerzo y recursos donde puede encontrar un voto más fiel, que es el piso básico para conquistar el resto de los votos. Va ir, en buen chileno, a asegurarse y destinar sus esfuerzos hacia el votante que sabe a ciencia cierta que llorará (el que llora más fuerte, mama más), dejando en un segundo lugar ese voto incógnito, anónimo que ni siquiera se sabe si votará. Un ejemplo, para los que adoran EE.UU.: lo que definió una elección normal, como la del 2004, fue que Bush se centró en el voto que podía movilizar, como fue la derecha religiosa. Bill Clinton lo logró porque pudo movilizar al voto del Sur, ese que no votaba por los demócratas desde la década del 80 por lo menos.
Es decir, cualquier junta de vecinos, club de barrio cobrará más importancia aún, que eso se traduce en gasto más caro para un candidato. Consecuencia: mayor importancia del gasto en una campaña.
El voto obligatorio, junto a la inscripción automática por cierto, hace que vote un número que se acerque más a este máximo posible de votantes –dado por la inscripción automática-. Ello hace que la efectividad del gasto disminuya, al hacer más probable un número alto de votos efectivamente vaya a sufragar. Por tanto, lo que se necesita es incrementar el número de votos, no reducirlo. Medidas para aumentar los niveles de participación electoral, son por ejemplo, hacer feriado el día en que se vota, hacer coincidir elecciones parlamentarias y presidenciales, más facilidades para inscribirse y el voto obligatorio. (Liphart, lectura esencial que no sé por qué a tantos se les ha olvidado)
Finalmente, como en la vida no todo es cálculo o proyecciones, quisiera dar argumentos de fondo, más de filosofía de vida (guardando el debido respeto a la palabra filosofía). El voto es como la sangre de la democracia, y una democracia sin votantes, tiene riesgos de anemia severos. El argumento es que no se puede obligar a la gente a votar, que es como de régimen totalitario, se cae por sí solo. Por fortuna, estamos ante elecciones con cierto grado de competencia: no hay partido único, medios de comunicación relativamente críticos (es cierto tenemos El Mercurio, pero no tenemos Pravda), padrón único y elecciones con un grado aún aceptable de limpieza. Es más, sólo promoviendo el mayor padrón posible (voto obligatorio e inscripción automática) tenemos una mayor independencia de los votantes respecto del poder gubernamental y de las máquinas partidarias, muchísimo más que un escenario de mayor padrón hipotético (voto voluntario e inscripción automática).
Volviendo al voto, éste no es sólo un derecho. Es más que eso. Fue una conquista social enorme. Además, lo considero un deber, como una de las pocas herencias de la modernidad en este mar de incertidumbres llamado siúticamente posmodernidad. Es uno de los pocos vínculos que van más allá de mi metro cuadrado que existen y que permite esa hermosa ficción de igualdad por un día, como lo es el día elección. Quitarle el peso al sufragio, haciéndolo voluntario y dejándolo al si tengo ganas voy a votar, es tirar por la borda lo poco que queda.