domingo, 22 de febrero de 2009

Lecturas de playa

Febrero (partiendo de la base que se está en vacaciones) es algo así como una página en blanco. Aunque las vacaciones casi acaban, aún tienen ese sabor que sólo lo da la desconexión, que sólo lo puede dar un lugar como todavía lo es hoy Maitencillo, antes que el diente de las inmobiliarias – ya autorizadas por la mala copia local de un Sabat cualquiera- comiencen a destruirlo. Es un lugar que carece del rancio esnobismo de la mal llamada aristocracia criolla, aquella que, pocos kilómetros más hacia el norte, vuelve a reunirse en su veraneo dónde sólo caben ella y sus hijos (por eso la venganza del entonces joven Yarur hace unas décadas fue quizás la más dulce).  Tampoco es un lugar de reunión de un progresismo cada vez más lejano al pueblo – que rara suena esa palabra- y más cercana a esa entelequia llamada postmodernismo, como tampoco se acerca a jornadas playeras con la sandía, el pollo asado del día anterior como merienda y el melón con vino en caja como bajativo. Es un lugar donde, en teoría caben todos, aunque a diferencia del Metro de Santiago, estar acá sale harto más caro. Tener espacio y desconectarse, lamentablemente no es gratis (a menos que vengas subsidiado, como lo es mi caso).     

Ahora que está cada más cercana hora del regreso a Santiago, tengo la certeza que no hice lo que pensé en hacer, aunque en el fondo, nunca lo tuve demasiado claro. Sin embargo, lo principal, que es desconectarse, sí lo logré hacer en buena parte. Horas sin reloj ni canal de televisión que sintonizara en el viejo televisor blanco y negro (MEGA no cuenta); alguna película en el computador por ahí y una novela que contra mis pronósticos, me ha costado mucho leer. Este último detalle es, sin duda, bastante triste.

 El problema no va en la novela, que es muy buena, sino en el lector –o sea, yo. No va en que sea un mamotreto de 500 o más páginas. Cada vez descubro que me cuesta cada vez leer ficción, en especial si la trama requiere un poco más de abstracción. No es tanto en la densidad de un texto, o en la presencia de párrafos eternos que podrían decir poco o nada. Es la ficción, una historia. Usando al inglés para explicarlo, vendría a ser la diferencia entre story y history.

Esta diferencia es difícil de explicar. La razón es simple: esta novela, cuyo nombre y autora no diré mientras no la termine para no crearle una fama inmerecida, habla de temas que siempre me gustaron.  Por eso mejor hablaré de otro mamotreto, que sí terminé una vez que las vacaciones comenzaron a correr (pero no una desconexión, pues andaba terminando trámites que sólo se hacen cuando uno no va a la oficina): Argentinos, tomo II, de Jorge Lanata.

Un par de palabras respecto al autor: Lanata es un periodista argentino, que hace uno años fundó el Página 12, un buen diario, como suelen ser los diarios argentinos, cuya dirección dejó hace más de una década. Actualmente es director de Crónica (o Crítica), un diario electrónico  que vendría a ser algo así como su último proyecto. Es un tipo que suele tener ideas y ganas de expresarlas masivamente de alguna forma. Es puntudo sin tener la necesidad de decir huevadas, un tipo del cual uno podría decir con cierto orgullo que es un colega, aunque Lanata pareciera haber estado inmune de los vicios adquiridos al pasar por una escuela universitaria de periodismo (o en su defecto, si efectivamente pasó por una de ellas, los reemplazó por el sentido común).

“Argentinos” abarca la presidencia de Hipólito Yrigoyen y finaliza con la caída de Fernando De la Rúa, en lo que hoy asombrosamente se ve como un lejano diciembre de 2001. Entremedio, está la fascinante historia argentina de la segunda mitad –en realidad desde los años 40’- adjetivo que sólo es posible si se es vista desde una lejanía que sólo da el leer la historia de un país que no es el mío, pero desde una pequeña dosis de cercanía que da el ser vecinos y tener algún lazo con los argentinos, como vendría siendo como el tener familia a orillas del río Paraná.

Es la crónica de un país que, da respuestas (y sobre todo nuevas preguntas) a la frase de Mario Vargas Llosa, cuando se jodió Perú (Argentina en este caso). La era de los militares haciendo golpes, inagurada en la década de los 30’ es un punto de partida, pero con antecedentes previos que Lanata sitúa al menos 15 años antes.  La aparición de Perón, y sobre todo del peronismo, aceleró el desmoronamiento del cascarón del viejo granero de América, que termina por corroerse con la mal llamada Revolución Argentina de Onganía y con el Proceso de las Juntas Militares.

Un proceso que, después de la caída de la dictadura símbolo del Cono Sur (hay que decir que la dictadura chilena no deja de tener méritos de pelear este dudoso puesto) la democracia no ha logrado subsanar, con una Argentina cada día más cercana al tercer mundo del cual alguna vez su pasado glorioso se jactó no pertenecer. Este libro nos invita a no comprarnos los viejos mitos, como el señalado en la línea y párrafo anterior y quizá la constatación de ello es parte de lo que aporte este libro.

El gran aporte de este libro es que traduce esta compleja historia a un público que no necesariamente es un gran conocedor de la historia argentina. Dividida en pequeños episodios, contados de una manera amena y breve, va relatando distintos hitos. De esta manera hechos como la caída de Yrigoyen, la llegada de Perón, el golpe de 1955, el Cordobazo, los Montoneros, el ERP, la masacre de Trelew, El Proceso, el plan Austral, el menemismo, etcétera, son temas fáciles de acceder. De ahí que sea el punto de partida (si fuese necesario) a la historia más “seria” y formal (de esas con título de ensayo y nota al pie), se puede hacer de una manera más fácil. Lo otro bueno es el precio, $4990 en las librerías TXT, una de las cosas buenas de que se descubren cuando se da una vuelta por Santiago.