martes, 2 de diciembre de 2008

A los muertos en Facebook, San Pedro los devuelve a la Tierra.

Así como las películas malas existen por montones, algunas de ellas tienen extraños componentes que las hacen ser distintas, aún cuando siguen siendo malas. El único problema es que, en éste caso, no puedo recordar el nombre y vagamente recuerdo que en ella actuaba un joven Kiefer Sutherland. Creo que se llamaba algo así como la línea de la muerte. A grandes líneas, se trataba de una suma de tipos que querían verse a sí mismos muertos, para volver al cabo de unos minutos al mundo de los vivos.
El tema, como suele serlo en muchas películas, es bastante absurdo. Así como en las películas, en la vida también hay absurdos. Hoy cometí uno. Me he matado, pero puedo volver a vivir cuando “quiera” hacerlo. Por razones obvias, el mundo que dejé no existe: Facebook. Sería una muerte, por cierto, si esta red fuese un mundo, tal vez algo así como una especie de universo paralelo, donde se ve gente, fotos, recados, copuchas, etcétera a sólo un click de distancia a través de una pantalla tipo lcd.
Dado que las verdaderas razones de una muerte verdadera carecen de sentido para explicar una muerte ficticia, los motivos que le dieron razón de ser se pierden. Primero; pierdo tiempo en la pega. Eso es cierto, pero también uno pierde tiempo en horario de oficina leyendo el diario, viendo argentinas en bikini (si alguien hace semejante homenaje mirando a esos monumentos íntegramente como Dios las mandó al mundo, mejor hacerlo en casa), apurado terminando encargos absurdos. La lista es larga, y no la revelo, porque tengo que volver de lunes a viernes y no puedo quedar tan en evidencia. Incluso, aún cuando se hiciera algo “útil”, se pierden minutos de vida, que podrían expresarse científicamente en CO2 liberado a la atmósfera.
Segundo: me aburrí de ver y saber de gente de la que no quiero saber. Eso es cierto. No tengo por qué seguir sabiendo de una ex polola –que ni siquiera está en el listado ese - saludando de cumpleaños a gente que en su minuto despreciaba, mientras uno terminó pasando por el peor de los castigos cuando uno pasa a ser ex sin quedar como amigos; la inexistencia posterior. Pero como uno nunca debe escupir por la ventana trasera de un auto andando en carretera (para no mandar semejante ordinariez hacia el cielo y con el mismo efecto), se debiera agradecer la inexistencia, porque ésta terminó siendo el camino más sano. Recordar una y otra vez las pelotudeces pasadas es igual de absurdo que simular si Carlitos Robles no se hubiese comido aquel gol off side de Salas en el clásico universitario de fines de 1994.
En ese sentido, esta muerte facebookiana fue una especie de tardío y poético –o sea ridículo- homenaje a esa inexistencia, porque sería como un tipo que se pega un balazo pero que tiene la gentileza de barrer sus restos de masa encefálica, dejarla en una bolsa cerrada para el camión de la basura, para no volver a tocar el timbre (salvo para hacer ring-ring raja). El único problema, es que en ésta muerte, no te lloran. En la verdadera, uno no tiene como averiguarlo. Cosas que pasan en un mundo llamado Facebook.
Tampoco quiero saber de gente que se saluda y se demuestra la amistad, que se quieren, que se invitan por caracteres, publicándolo a los cuatro vientos (¿por qué no se odian ni se mandan chuchadas?). El problema es que hay gente a la que convencí de abrir una cuenta en Facebook, les mandé estupideces, en fin. Terminé siendo una especie de capitán Araya. En mi defensa está en que no me pude dar la voltereta con elegancia, porque nunca pude hacerla en una clase de educación física. Además, tengo el problema de ser copuchento por familia y formación. Por lo tanto, mi muerte es un ejercicio similar al de un alcohólico mudándose a una casa vecina a un bar donde tiene cuenta ilimitada.
Tercero, el que quizá es la pérdida más tangible: los “amigos”. Cierto, pero es un tangible como debe ser sido para un hincha de la U el hipotético faenamiento del burro Luis Miguel, uno de los pocos bienes tangibles de un club de papel, especialmente si no había estadio que rematar para hacer caja. El problema, es que los amigos en Facebook son como el papel. Y cómo hice en mi pieza aquel sacrilegio de ordenar, me di cuenta que no boté papeles, porque no son basura. Por lo tanto, decidí que tenía que botar nombres que se acumularon, algunos víctimas en una suerte de incontinencia por juntar amigos, otros que llegaron de la nada. Ahora entiendo a Piñera por qué no puede dejar de (al menos pensar en) comprar acciones.
El problema con el orden compulsivo, como es la muerte en Facebook, que uno bota a la gente que vale la pena. Como tengo mails y los celulares guardados en el mail (aún no los paso al teléfono), me quedé tranquilo. El problema es que recordé que no anoté y no tengo todos los mails y teléfonos que desearía. Aparte como es feo eso de andar haciendo listas de amigos, o hacer que le pidan permiso a uno para ver una página, decidí hacer el acto más igualitario que he hecho en mucho tiempo: borrar a todos por igual. Además como en este blog ya escribí sobre Facebook, si hacía suicidio, ya tenía redactada la carta que todo suicida escribe de antemano, incluso para muertes tan ridículas como ésta.