viernes, 13 de junio de 2008

Aquellos intelectuales y nosotros que creímos entenderlos


Siempre es bueno ver a gente por la cual uno ha tenido una cierta admiración. Un buen concierto, a veces la presentación de un libro, por cierto ver un partido de fútbol de esos que se ven sólo una vez en la vida. En eso, debo reconocer, he sido bastante afortunado. Vi a Silvio Rodríguez, cuando creí que tras 1991- donde era muy chico- no lo iba a poder ver y ya lo he visto dos veces. A Soda Stereo cuando de verdad se despidió y después, cuando diez años después la necesidad los hizo volver a pitutear. También estuve en el primer concierto que hizo Sabina en Chile, y de esos rajazos de la vida, pude ver a Dolores O’Riordan, un concierto por el cual no se me habría ocurrido pagar, pero al que después de haber asistido, creo que fue imperdible.
En el caso del fútbol, si bien soy hincha de un equipo –la Católica- que me da más rabias que alegrías, he tenido la suerte de ver en vivo partidos inolvidables, como la final de la Libertadores con Sao Paulo el 93’ –aun cuando perdimos la copa-, el partido de octavos en el 95 contra River o el asalto a mano armada de la Universidad de Chile en 1994, que finalmente nos costó el título. El 99 pude ver en el Camp Nou un partidazo, cuando Valencia le ganó al Barcelona en su propia casa 4x2 y el Piojo López se mandó uno de los partidos de su vida. También en Rosario decidí que no volvería a ver un partido en Chile, tras ir a Central-River en el Gigante de Arroyito. Promesa, que pese a mantener por bastante tiempo, finalmente rompí.
En cambio, con los intelectuales pasa una cosa más rara, aunque a veces uno sea hincha de ellos. Como que uno no se junta a escucharlos a hablar. Los lee, los discute, que sé yo, pero como que no se va a verlos. Oye, hagamos y hablamos de este tipo o libro. Como que no la verdad. Me pasó una vez que fui a ver a Chomsky a la Chile. No tanto porque el audio fallara o por un traductor que dejaba la grande (de algo sirve entender algo de algun idioma), sino por lo raro de ver a un intelectual -que fea, estigmatizante y rebuscada suena esa palabra- como si fuera un rock star. Incluso es bastante fome ir a presentaciones de libros, pese a sus incentivos: libros más baratos que en librerías, tener el autógrafo correspondiente en la primera página y si tienes suerte, puedes comer y tomar decentemente sin pagar un peso.
La cosa es que fui el miércoles a ver a uno de ellos. Se trataba de Edgar Morin, un pensador francés de esos pesos pesados, uno de los tipos que valió la pena leer en el pregrado. Además tenía la gracia, es que era una admiración que compartíamos con algunos amigos en común, cosa que aunque suene a tontera, no es tan estúpida. Es que a diferencia del cine, a veces da lata ir solo. Por ejemplo, a mi gustaba mucho Jürgen Habermas (en realidad era muy interesante), pero no conozco a nadie que acompañara a ir, de mis amigos, de estos tipos normales que no hablen en sociólogo. Una invitación de ese tipo habría tenido una sintonía cercana a la del Canal del Senado.
Volviendo a la historia de don Edgar Morin, su charla fue años después de salir de la universidad (pregrado en realidad), no en Viña, sino en Matucana 100. Otras historias pasaron desde entonces, en general no grandes historias o demasiado entretenidas, simplemente lo que pasó, que al final nunca es poco. Bueno, la cosa es que no pude estar en la charla. O sea sí, pero como llegué tarde, no quedaban audífonos para la traducción. Por supuesto, no sé nada de francés, pero ese típico pensamiento de un minuto, me llevó a plantearme que quizá como el francés es un idioma latino, podría sonar parecido y entendible. Craso error. No duré ni diez minutos.
Me podría haber ido, pero adentro estaba una amiga y quería saludarla. Había estado de cumpleaños hace poco, venía de Viña y yo, estando en Viña, no fui a su cumpleaños, usando una chiva con más credibilidad que Piñera diciendo que es de clase media. Finalmente me quedé, pero afuera. Salió la gente, y por supuesto no faltó quien decía a viva voz pelotudeces como que no había nada más entretenido que leer a Foucalt (será interesante, pero entretenido...), en fin los personajes que uno encuentra en estas cosas. Finalmente, Morin era un señor francés con bastantes años y de su brillantez me quedan mis antiguas lecturas, las que creo, no entendí del todo, pese a que tuve muy buenas notas en su minuto.
Mi amiga estaba bien, me retó en broma por no ir a su cumpleaños, hablamos un poco, de lo difícil que está la pega. Me sentí un poco mal por envidiar en algo a quienes están mejor que yo, considerando que periodismo es una carrera tan cotizada como las acciones después de un derrumbe bursátil. Una reflexión que por suerte, duró menos que mi idea de entender la conferencia en francés. Finalmente, tomamos el metro uno en cada dirección.
Por lo que supe, la conferencia estuvo buenísima. Yo sólo vi gente que no veía hace tiempo, algunos profes de la época de periodismo (tres- cuatro años no más, pero lo digo para ponerle un poco), personas a las que no veía hace tiempo, en fin. Concluí que parece que mejor que la gente que lees y estudias en libros o apuntes es mejor dejarlas allí, como que pierdan esa extraña magia que dan las explicaciones medias raras de leer, las frases eternas, como que la vida real te mata esos extraños hechizos. Para la vida real, mejor los conciertos o un buen partido de fútbol, y si andas en racha, una mujer.