viernes, 2 de mayo de 2008

Veintinueve.


Cuando tenía 20, quizá un par de años menos o un par de años más –la verdad no lo recuerdo con exactitud, más de una vez imaginé qué iba a hacer o estar cuando cumpliese 30 años. Algunas son las cosas de las que se supone estarían cuando uno llegara a este número. Habían muchas ideas, algunas de ellas media inconexas entre sí. Una imagen era la del tipo relativamente exitoso: estable en pega, un buen sueldo para vivir tranquilo y disfrutar de una vida cómoda. Otra es la del soñador que se fue a Aysén o Chiloé, en un lugar verde, con ese olor a barro, una cabaña con olor a leña a medio quemar, a botas húmedas. En una calle de Berlín o Dresden, caminando desde la biblioteca donde estudiaba mi hipotético doctorado sin destino y sin rumbo. Paseando por Praga o pensando en cuanto me demoraría en llegar a algún café en los alrededores del MACBA. Imágenes en las que, por cierto, incluían el despertar con quien hipotéticamente amara en aquella postal.
Son imágenes construidas a partir de sensaciones, deseos en ese minuto, divagaciones. La verdad es que el tiempo pasó demasiado rápido. No me fui a vivir a Aysén ni a Europa, recién hace poco tengo contrato, terminar el magíster se me ha hecho medio cacho, y la idea del doctorado no es tan clara como antes. Desde hace un tiempo, la cama se hace más fría durante el invierno y en el cine no me queda más concentrarme en la película. Pero al mismo tiempo, de una manera u otra, muchas de las cosas terminé por decidirlas yo, un camino del que no me imaginé hacer, ni tiene cierta coherencias con las imágenes que “fabrico” hoy, pero del que solito construí, con cierto orgullo por esta particular paternidad.
Estoy a un paso de los 30, y la claridad en mi vida no parece estar cerca. Ya no creo en mucho de lo que creía, lo que no significa que creo en lo que antes y todavía, tengo cierto desprecio. Hay nuevas preguntas, algunos recuerdos que vienen a visitarte a veces, viejos sueños inconclusos. Hay amigos que siguen siendo los de ayer, gente nueva, y también gente de una enorme importancia para mí que se fueron, como los dinosaurios de Charly, sea por que la muerte se los llevó o la vida me hizo estar en veredas opuestas o en historias en las cuales ya no tengo cabida.
Probablemente no me vaya a Aysén o a Juan Fernández, aunque pude volver a ir a la isla ¿Porqué mis sueños a veces tienen que ver con islas de un verde austral, calles europeas o que a tu lado alguien te diga te amo o no me imagino sin ti? ¿Por qué los sueños tienen que cambiar o uno mismo cambiar? Ahora me encanta hacerme mierda los pulmones y si fumo poco es para evitar que un pelotudo vestido de blanco me diga, previo pago de un bono, que debo dejar de fumar.
Al mirarme al espejo, recuerdo que ya no tengo 20, pero que no me siento como está la gente de 28 o 29, que va a tomarse un trago y disfrutar del otoño de Santiago después de la oficina, a pensar en irse a Buenos Aires por un fin de semana. No tengo un niño que me despierte el fin de semana para jugar diciéndome papá, ni pensar en ir a almorzar a la casa de los suegros. También recuerdo que ya no estoy en la facultad, ni juntando monedas para arreglar el mundo tomando cerveza y mirando con crítica la falta de coherencia, ni pensar que podía llegar a tolerarla.
Pero estoy acá, con 29, escribiendo esto un 1 de mayo bajo una incipiente noche fría de Santiago, dando los últimos retoques a este escrito, a lo que no pasó, a las imágenes que no fueron. Sabiendo que mucho de esto no sé si tiene mucho sentido escribirlo, y que mañana es un nuevo día, en el que sonará el despertador a las siete y veinte para salir de la cama diez o quince minutos después. Que tomaré la bicicleta dentro de un espectro acotado de calles y empezaré a terminar lo pendiente de ayer. Y entrando a los 30, donde nada quedó demasiado resuelto, pero donde casi todo cambió.