martes, 20 de enero de 2009

Enero de 2009

En este planeta, en el Sur Enero es un mes que es el equivalente a cuando es Julio en el Norte, una relación que, obviedad mediante, no es más que la de ser sinónimos de sí mismos. Pero al mismo tiempo, ambos no alcanzan a ser lo que terminarán siendo cuando el calendario los arranque de sus páginas, crezcan y sean el Febrero y el Agosto que finalmente serán, un lugar al que no pueden verse desde hoy. Porque el niño no puede verse de adolescente ni el púber de adulto, aunque un adulto si puede verse como lo que fue alguna vez, con aquella distorsión llamada recuerdo de por medio, por supuesto. El único problema, es el peor de todos: no se puede regresar.
En la vida real, Enero fue alguna vez el mes en que ya estabas de vacaciones y donde todavía te queda más de un mes de vegetar sin pudor. Hoy día, es sólo la cuenta regresiva de Febrero, en aquellas tres semanas en que cada día es un regalo. Obviamente, es un regalo por recibir, porque sería mi primer Febrero en esa condición, un mes número dos febrero regido no bajo un signo astral sino por el código del trabajo.
Enero es un mes en el que los diarios los escriben los estudiantes en práctica, donde en los canales ves caras que no verás de nuevo, salvo aquellas excepciones que serán luego rostros y de yapa, el lado exitoso de alguna escuela de periodismo que lo pondrá en su folleto de promoción. Donde pese al lugar común, los diarios incluso pueden aparecer mejor escritos, donde la nota más mal escrita exhuda una ganas de ser corregida y leída, las que se perderán cuando una boleta pase a ser una rutina a fin de mes.
En Enero, no hay fútbol, sólo fichajes y los goles envasados que llegan desde Europa (¿cómo se las arreglaran los europeos durante Julio y Agosto?). Es un mes en que la cartelera de cine se compone desde la caña que significa la programación navideña y de paso, existen funciones que te dan la opción de ver lo que te perdiste el año anterior. Hay teatro incluso fuera de Santiago. En Enero no se puede estar en Santiago, un lugar muy desagradable para respirar y estar, en especial si no se está de vacaciones. Pero despertador obliga y pese a todo, se está en Santiago.
En una época donde lo mejor de ver noticias son los bikinis –un bikini no dice por si mismo tonteras, salvo que le preguntes a su circunstancial dueña-, las noticias políticas han salvado el comienzo del año (el famoso tema de la cota mil podría haber sido, pero en El Mercurio les bajó el síndrome Canal 13, que es de exprimir una idea no mala hasta su última gota (como les pasó con la teleserie Lola). En estos días, se ha tocado un tema de gran importancia, como el voto y parecía ir en serio.
Lo único malo es este enamoramiento respecto al voto voluntario, una de las tonteras más de aquellas. Ojalá se rechace. Me recuerda a aquellos creyéndose Obama (menos mal que Obama no lee El Mercurio). Pero bueno, peor sería que no se hablara. Está Frei y mi voto ya se aseguró en primera vuelta, pero podría ser peor. El socialismo chileno recuerda pavorasamente a los años 50’, sólo que en una versión sin ideas, donde uno de sus padres modernos, como lo es Arrate, mira con espanto como su criatura, la renovación socialista, terminó siendo un frankestein sin padre orgullos de reconocerlo como hijo. Bueno, y está Piñera, lo que me dice que debo tener la esperanza de poder decir, “podría ser peor”. La esperanza es lo último que se pierde
Así es Enero. Es un mes donde no hay sueños, porque sólo es posible soñar mientras se duerme y cuando uno duerme cansado, no recuerda lo que sueña. Y sin darse cuenta aparece Febrero a la vuelta de la esquina. El único problema, es que se ve demasiado lejos hoy, una vuelta demasiado larga. El único problema es que en Febrero empieza aquella pesadilla llamada Festival de Viña. No es profecía autocumplida. Ahora que ya no tengo cable, sí es un peligro real y puede que estando en pleno Febrero, lo único que quisiera es volver a Enero.