lunes, 24 de noviembre de 2008

A un blog seco

El fin de año trae a veces el fin de las ideas. En realidad, más bien es el fin de algo, como anoche, que es el fin de un fin de semana. Las ideas no provienen de los días, sino de chispazos en lugares insólitos. Leyendo en el baño, en la ducha, cuando aparece una idea cuando en realidad necesitaba otra, cosas de ese estilo. Hay veces que se van, como todas las cosas de este mundo, pero a veces también vuelven.
Hace unos días, leí un posteo de Hernán Casciari. No suelo leer blogs, pero un día –probablemente de aburrido en horario de oficina- un amigo, entre las conversaciones posibles en horario laboral, me dio su web. Lo leí, leí otros y he seguido leyendo lo que escribe. Es realmente un tipo que no sé de adonde imagina las cosas, las escribe con unas palabras que al leerlas uno se pregunta cómo mierda no las escribió de esa manera. Más allá de hacerle una innecesaria propaganda a Casciari, éste último posteo hablaba de la muerte de los blogs. Es una sentencia terrible, en especial para un blog como éste, que sin comentarios habilitados.
Más que la muerte entendida como el fin o el tránsito a otro mundo (dependiendo del caso), en realidad era una especie del todo lo que sube debe bajar, aplicado al ciberespacio. Lo que hace algunos años fueron los blogs, hoy lo es Facebook, y quienes sobreviven a esas modas son quienes ven alguna utilidad a esto, quienes en realidad tienen algo que decir. Si hay algo que decir, poco importan los blogs o el soporte que sea.
Entonces el problema, no es el cómo sino más bien el qué. Después de ser un año poseedor de un blog, la pregunta sobre qué diablos escribir queda siempre. Ante la imposibilidad de decir algo nuevo porque los temas son los mismos de siempre, sólo queda la manera, un matiz.
Por ejemplo es difícil hablar de amor (para efectos de escritura vale el amor de pareja, no el de madre ni el que se enseña en el catecismo), si sólo quedan recuerdos, canciones o algún polvo ocasional (o la ausencia del mismo). Cuando se habla de un amor transformado sólo en el relato de sí mismo, salen cosas bastante honestas, palabras cargadas de una franqueza que se hace imposible de disimular bajo el pretexto de la revisión gramatical. Pero terribles de escribir y a veces innecesarias de leer.
De fútbol tampoco hay demasiado, tan sólo mirarlo y muy esporádicamente jugarlo. De política tampoco, a menos que sea dar una redacción a lo que uno leyó en el diario. Están los papers, pero son muy fomes para hacer algo más que leerlos. Está, por cierto, entenderlos, el inevitable paso posterior, aunque eso es bastante más complejo de dar que el procedimiento obvio de seguir.
Queda el resto de la vida, pero el vivirla es ya un ejercicio suficiente, y que no necesariamente queda bien al ser narrada. También están los sueños, pero aun no he podido escribir mientras ronco. Cuando todo esto se ha ido, quedan las palabras. El único problema es que éstas se han ido junto a las musas, como diría Serrat, y las palabras que quedan están cerca del fin de año, pensando en las fiestas y en que por favor pase rápido el día para que llegue una tarde agradable. En ese estado, que una idea prospere es una quimera, aunque a veces cosas como éstas ocurran.