jueves, 6 de noviembre de 2008

Resacas del SUE y del fin de Bush.




Al salir del Movistar Arena, una vez que había terminado la primera jornada del SUE, terminaba lo que, en estricto rigor para muchos de los que fuimos ese día, fue el primer concierto de REM en Chile. REM es un adquirido en hace unos años, casi en paralelo con el tabaco. Si bien Kaiser Chiefs estuvo bien, la verdad no sé que fue Mars Volta, probablemente demasiado experimental para mis oídos. Si bien había escuchado a Mars Volta antes, la primera vez fue hecha con el pie izquierdo: el primer mp3 que escuché al azar resultó ser una tortura de más de 13 minutos de música que no sabía sin comienzo ni fin. Una profecía autocumplida que se concretizó aquel lunes 3 de noviembre en horario de noticieros. Mars Volta es un grupo que me pareció algo así como el equivalente en bandas a un Stalker de Tarkovski o al Ulises de James Joyce. Sufribles, probablemente unos genios de la música invisibles a mis básicos sentidos. Sensación comprensible, porque esa noche fui a ver a REM.
Casi al finalizar, uno de mis compañeros de concierto y gran amigo, me comenta al oído, ¿te imaginas si McCain gana mañana, como va a ser este concierto? Ese mañana en realidad fue ayer, que ya mañana será anteayer. Pero viendo las noticias, no puedo dejar de hacer ese ejercicio. Por cierto, es una práctica tan inútil como si Pinochet no hubiese convencido a Allende de no convocar aquel famoso plebiscito el 10 de Septiembre de 1973, si el general Matthei no se va de tarro aquel de 5 de octubre, como si Carlos Robles no se hubiera comido ese gol off-side de Salas en aquel clásico de Noviembre de 1994, si en aquel verano de 2004 no hubiese hecho tantas estupideces, si al año siguiente me hubiese dedicado a trabajar de periodista y no hubiese metido en aquel magíster sin destino que, curiosamente, sí me abrió una pequeña puerta laboralmente. En fin, el clásico ejercicio, para el cual los ingleses patentaron esa maravillosa diferencia entre el “yes” y el ”if”.
Aún así, la pregunta sigue abierta. No tanto por lo que hubiera pasado al día siguiente en el Arena Santiago, sino por McCain. La respuesta es que no sé si hubieran cambiado demasiado las cosas si McCain hubiese sido electo presidente. Por una razón bastante lógica. Estados Unidos sigue siendo el mismo país inserto en un mismo planeta y dimensión. El país que asumirá Obama en el 2009 es el mismo que habría asumido McCain.
EE.UU. está en la que aún puede ser la peor recesión desde los 30’. El retiro de Irak no es posible en mucho tiempo, en especial porque pese al desastre de invadirlo en aquel 2003, donde el oasis de democracia liberal que brotaría como maná en el Sinaí tras la invasión es en realidad una potencial Yugoslavia versión 2.0 entre el Tigris y el Eufrates. Porque EE.UU. tiene que seguir girando a una línea de crédito reventada y mantenida a respiración por una China financiando el déficit a través de bonos soberanos. Todo ello para pagar más tropas que aún no puede dejar de desplegar en Irak y Afganistán; un retiro es una caja de Pandora comparable a la que los ingleses dejaron tras de sí al abandonar Palestina en 1948.
Obama, uno de los presidentes intelectualmente mejor preparados (pese a que su antecesor le baja la escala a cualquiera) es víctima inevitable de su propia figura. El primer presidente negro, el hijo de inmigrantes, y de la alegría visceral que provoca su triunfo (o más bien el fin de Bush) llegará el turno de la lógica de Estado. Suena la voz de Stipe, surgida calculadamente desgarradora desde aquella noche en el Arena, que resulta ideal para describir de una manera no esperada este primer día del fin de la era de George W…. It’s been a bad day, please don´t take a picture.
Hay alegría en Nueva York, en Berlín, en Boston, en Nairobi, Caracas, Madrid, Santiago, San Francisco o París. Pero hemos visto poco del Estados Unidos de fondo: nada de Oklahoma, Alabama, Carolina del Sur, Montana o las Dakota. Tal vez es mejor no saber por ahora el qué ha pasado allí, porque a veces simplemente el que no pase demasiado dice más que una euforia cuya única certeza es su propia resaca. Es como volver a escuchar Mars Volta (en disco eso sí), que no resultó tan terrible, quizá por el simple proceso de un equilibrio inevitable. En eso cae casi de cajón que surja un Obama, sin duda es el sello amable de la moneda, donde la cara aparecerá cuando el Presidente de EE.UU. se llame Obama, y deje de ser el candidato triunfante. Queda sólo la esperanza que este período no sea tan amargo como éstos últimos ocho años.