lunes, 18 de agosto de 2008

Aún tenemos a la Furia ciudadanos.

Las vueltas de la vida han hecho que España sea de aquellos países que con el tiempo se han vuelto odiosos, llegando a ser a veces, insoportables. Así como las caídas enseñan, la abundancia y el éxito deforman. Por ejemplo, a los argentinos, las sucesivas devaluaciones, la herencia peronista y en el hecho que durante los últimos años Brasil los tenga de hijos en el fútbol, les han dado interesantes dosis de humildad, llegando a ser incluso queribles. Tanto que hasta desearía que dejasen a Brasil peleando el bronce. España es el caso inverso
Desde que se han vuelto desarrollados, en especial desde que el bigotín del PP los gobernara entre 1996 y 2004, están más intragables que jugo de ortigas. Desde el burócrata de aduanas que te mira de arriba a abajo en la entrada del aeropuerto a los pelotudos que hablan, de los sudacas en los blogs de El País o El Mundo.
Por eso, siempre había sido terapéutico verlos en los mundiales o en la Euro. Pocas cosas han sido tan hermosas como ver a Luis Enrique sangrando por el codazo de Tasotti en el 94 –una de las pocas veces en que, retrospectivamente, me he alegrado que Italia ganara un partido-, o verlos eliminados en octavos por Corea del Sur o por Francia en el 2006, eliminación que tuvo un sabor más dulce porque el equipo de Domenech había pasado la primera fase sólo porque Dios fue hincha de los Bleus. España era el partido que te podía salvar lo invertido en un boleto de apuesta, pues de una manera casi científica uno podía saber que de cuartos no pasaban. Antes que eso, Chile podía dejar fuera de los olímpicos a Argentina (en efecto, así ocurrió) Ver a la Furia –con ese nombre, es inevitable ser imán para la yeta- por TV era más que una alegría. Más aún, es un símbolo que no todo en la vida se compra con plata, salvo ser Primer Ministro en Italia (ver a los italianos votando a Berlusconi uno llega a entender el factor genético de por qué los argentinos, siendo tan cultos, eligen a los peronistas).
Y España, lo único que sabía hacer, era salir campeón de algo a nivel de clubes, donde los extranjeros hacían la diferencia. Por ejemplo, Barcelona sin Stoichkov y Laudrup en cancha y sin Cryuff en el banco en 1992 sería otra cosa. Para qué decir el Real Madrid sin Di Stéfano o el generalísimo en la tribuna como hincha número uno de la Saeta Rubia. Nuestra madre patria fue pionera en empezar a ocupar galletas extranjeras en su selección, partiendo por Di Stéfano y llegando incluso a Donato o a Pizzi. Más encima, la única vez que ganaron la Euro fue en 1964 con Franco de anfitrión, lo que es tan dudoso como Argentina goleando a Perú en 1978.
Pero como todo lo hermoso de esta vida tiene fecha de vencimiento, esta llegó el 2008. El primer aviso de alarma se dio un poco antes, cuando Pau Gasol y compañía ganaron el Mundial de Básquetbol. Luego llegó la Euro de Austria y Suiza, cuando Italia no hizo su pega en octavos, y ahora Nadal a aguarnos la fiesta. Es cierto que, en el caso del tenis, España no es en broma, y que ya hubo números uno como Moyá o Ferrero, y que Nadal es una bestia capaz de sacar a un Federer antes que le salgan canas o ponchera. Es que una cosa es ver a un español ganando Wimbledon y otra ver a España en el podio. Pero siempre después de la tormento, en algún momento sale el sol. Al menos ya un par de rayos de vieron tímidamente en el básquet con el Dream Team repasándolos y sólo queda esperar que Sudáfrica 2010 devuelva las cosas a su cauce natural.