lunes, 15 de septiembre de 2008

La última trinchera del hombre

Si un domingo es fome por definición, uno previo al 18 puede ser aún más aburrido. En esta semana, el lunes y el martes están de más, por más que uno cumpla horario y el jefe llegue con una ocurrencia propia de cada jornada. Debe ser la edad. O un domingo, que genera absurdos sobre los cuales escribir, ideas que se vuelven generosas con una gran película de fondo, como “La Caída” o ver un Boca-Independiente por T.V. (especialmente los últimos veinte minutos), o cualquier cosa que aparezca usando el control remoto, lo más cercano a una varita mágica.
Afirmarse al control remoto debe ser una especie de resistencia agónica por parte del hombre a entregarse a una realidad del porte de una Catedral y que parece inevitable en el mediano plazo: la igualdad de géneros, que no partió con la píldora como dicen algunas feministas, sino con el voto. Así como para las mujeres resulta más entendible alegrarse porque la cosa tiende inevitablemente a equipararse, es difícil para el que tuvo el poder resignarse a no tenerlo más. Un machista hoy debe ser como el Príncipe Carlos; inútil. Es más, las mujeres (en teoría) podrían prescindir de uno en las funciones básicas que podemos realizar, reemplazándonos con un banco de espermios o tratándonos como solían tratar nuestros antepasados a sus esposas; hay hombres para casarse y “chinos” para lo otro. No es para nada descartable que, tras siglos de hegemonía, la tortilla se dé vuelta y estemos siendo testigos de ese proceso.
Nótese la misma palabra “género (ya no se dice sexo, palabra desterrada al cacheteo, polvo, Viva Chile, o cómo se le quiera llamar). Pero al final, si compartes cama, probablemente compartas la tele –no conozco caso de una sola cama y dos teles en una misma pieza- y aún cuando tienes el control, probablemente termines poniendo algún odioso canal de series y no ESPN+.
En teoría no soy machista. Encuentro excelente que trabajen, te paguen la cuenta cuando no tienes un cinco y dado mi oficio y por ende, a la alta probabilidad que una hipotética esposa gane más plata que yo. Por lo tanto, ser machista sería el equivalente a ser huevón. Así como ojalá les paguen lo mismo que a un hombre por el mismo trabajo y les cobren por igual en un mismo plan de salud, ojalá algún día tengamos algo parecido a un postnatal decente o que hagan el servicio militar. Pero soy chileno, de familia tradicional, de colegio de de hombres y de curas y de Viña (entendiéndola como la pequeña ciudad circunscrita a los límites geográficos conocidos en la época del colegio) y por tanto sería mentiroso negar el machismo en mis venas. Y cómo no me gusta la hipocresía, prefiero pasar por troglodita que un hombre moderno de la boca para afuera.
Hecha la aclaración y volviendo al control remoto, éste no es la última trinchera del hombre ante una batalla, años más o años menos, perdida definitivamente, como es la de los sexos: es el fútbol. No tanto por el fútbol femenino, debido a que las hay ramas femeninas en otros deportes que conviven junto a las masculinas, e incluso tienen su propio nicho (por ejemplo Sharapova e Ivanovic en el tenis son marca registrada). Es cierto que es más entretenido ver a Messi que a… (¿cómo se llama la estrella del Barcelona en femenino?), pero la esencia está en el ser hincha –en especial por T.V.-, y en el monopolio que aún tenemos de la estadística y el ojo para ver partidos. No hay cosa más desagradable que ver un partido de fútbol con una mujer al lado (siempre hay excepciones por cierto), que es como si se tiraran flatos al lado tuyo. Es que por definición, género o lo que sea, no les gusta el fútbol y eso se nota. Aunque no les guste, si andan por ahí, igual se instalan. Por la chiva de las cabritas, por bolsear cerveza, cigarros o por meter simplemente la cuchara (no entienden que uno se concentre). No importa que estén todo el partido. A veces cinco minutos cambian todo, como una bomba atómica.
Peor es cuando se esfuerzan – lo que en teoría uno debiera agradecer- por entenderlo. Es como que uno entienda porque saludan y conversan como si nada con la misma mina que hace cinco minutos odiaban, o que le expliquen a uno con peras y manzanas el lío hormonal que se les produce cada veintiocho días (humilde consejo: pon cara de hacerte el huevón, nunca des pie a que te descubran que no entendiste). Asumiendo que estoy dando pie a que salgan estupideces como que “a las mujeres no hay que entenderlas”, que son de no sé qué planeta, o qué se yo, volvamos al partido y al inevitable rosario que llega tras el pitazo inicial : ¿de qué color es la polera de Chile? ¿para qué lado sacan (cuando Solabarrieta acaba de decir Argentina)? ¿cúanto van? (cuando el marcador está en la esquina superior izquierda y uno por educación no se los hace saber). Lo peor llega cuando, con el sentido de la oportunidad de tal Espina defendiéndonos de las FARC, salen con “si somos malos, no servimos para el fútbol” (cuando quedan veinte minutos).
Pero si empezaron a hacer rabonas y ser femeninas al mismo tiempo, tendrán un Mundial avalados por el mismo Bielsa y considerando que ellas sí pueden hacer dos cosas a la vez, han logrado la primera cabeza de playa en la última batalla del hombre como hoy lo conocemos. A menos que el espíritu de Homero renazca de las cenizas en la generación de nuestros nietos (siempre hay que dar por perdida a una generación por lo menos), esta guerra la perdimos.