martes, 8 de julio de 2008

Veinte años es nada


No me acuerdo mucho de 1988. Vivía en Concepción, cumplí nueve años y fui lobato. Vi un Mundial de Fútbol desde una gradería. Era juvenil por cierto, pero era un Mundial. Canadá, Nigeria –íbamos con banderas nigerianas de regalo, una especie palo blanco-, Italia y creo que Brasil, además de una semifinal en que jugaron Alemania Occidental y Chile. Un torneo bien sui generis, en que jugaba otra Alemania y Yugoeslavia. También ese año recuerdo al NO, en que la mayoría del Colegio estaba a favor del NO, aunque algunos estaban por el SÍ. Ese año ganó el NO y por cierto me alegré, pero sin saber qué es lo que significaba eso, aunque uno se decía de oposición. Sabía que se iba Pinochet, pero con lo que alguien de nueve años puede comprender de ello.
A los pocos años comprendí que en Chile había más gente del SÍ de la que creí, cuando llegué a los Sagrado Corazones en Viña. Al poco tiempo, ya no habían dos Alemanias, y justo cuando empecé a sentir cierta gracia de hacer de ruso si uno jugaba con soldados, la URSS empezó a desmoronarse (en esa época se era más guagualón y se podía jugar un poco más con soldados). Acá también muchas cosas cambiaron, aunque uno no parecía darse cuenta de ello y finalmente, con los años pasó lo que todos conocemos, que se puede resumir en lo que uno fue leyó, estudio o simplemente conoció después.
Ahora tengo casi 30 años y en estos veinte años pasé a sentirme más “gobiernista”, aunque con vergüenza muchas de las veces. Pero en la práctica los votaba, así que bueno y en silencio los seguí votando, aunque en segunda vuelta. Aunque pareciera que esta vez sí la derecha será gobierno, este gobierno no ha sido tan malo, no al menos como lo pinta El Mercurio. Pese a todo, el gobierno de Bachelet ha sido lo más parecido a un gobierno de centroizquierda en estos años. Existe algo parecido a un sistema de protección social, por ejemplo, pero parece que las cosas se jodieron, y no se ve cambio o aire nuevo. Y lo que podría ser aire nuevo, está bastante sucio. Cuando llegó Viera-Gallo, después Pérez Yoma, una especie de rescate de la vieja guardia, quedó claro que las cosas no iban a cambiar. A lo mejor, no tenían que cambiar.
No soy de esos que creen que la Bachelet tiene la cagada. Por el contrario, no me ha decepcionado, pero porque no tenía grandes expectativas. Pero estos años tienen más sabor a despedida que nunca, a una caída del telón. Eso no tiene que ver con que Piñera sea presidente, porque la Concertación puede volver a ganar, pero ya no hay más que hacer. Si bien estos veinte años no son poco, parecen ser como una hoja que se cae en un Otoño, pero que por esos azares de la vida pasamos al Invierno sin saber cómo ni cuandom, con la hoja negándose a caer.
Poco recuerdo de 1988, pero sí de estos 20 años. Chile ha cambiado bastante, pero hay cosas fundamentales en que no, pero de una manera muy mínima. Pinochet dejó el poder y este mundo, pero su sombra sigue presente. Ese 43% por ciento que lo apoyó no ha bajado demasiado, pese a todo. Eso dice mucho, de quienes lleguen al poder y de quienes lo han estado desde esa época que se abrió hace 20 años. La Derecha, que (im)pacientamenente espera lo que ya parece una profecía autocumplida, y tras 20 años, parece que volveré a decirme de oposición, pero con un dejo de tristeza y decepción. No como el niño que era lobato, fue a un Mundial de Futbol, y cuyo recuerdo del NO era un tipo que rompió mi banderita del NO, la que sacaba desde el viejo Toyota. El mismo que intuyó alegría, pero donde hoy sólo existe un invierno sin la lluvia que debiera y con sólo el frío y el smog de siempre.